El Magisterio de Francisco retoma y vuelve a proponer la visión del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia y su relación con el mundo. Insiste mucho en una Iglesia fraterna, que sale para estar con los últimos, los excluidos; una Iglesia discípula-misionera que se pone al servicio de los necesitados. En dos palabras, una «Iglesia ministerial». Estamos invitados a redescubrir el auténtico significado del ministerio: el significado del ministerio al que nos referimos, de hecho, es el de «servicio». Pero no se da por sentado: etimológicamente puede significar también «oficina», por lo tanto, puede asumir una referencia administrativa y de poder. Así, antes del Vaticano II, prevalecía una perspectiva decididamente clerical, en la que los verdaderos ministros son los sacerdotes y los obispos, de los que dependen los coadjutores. El ministro tenía que ser diferente, puesto a un lado, separado. El ministerio era ante todo el servicio a una religión centrada en el rito, las leyes y las rúbricas. Todo esto llevó a enfatizar aspectos externos, tales como vestimentas y símbolos externos, mientras que la santidad se asociaba a menudo con la observancia de la tradición. Era un servicio de la estructura religiosa más que de las personas y se centraba unilateralmente en el pecado y la conversión individuales. La comunidad era el objeto del celo del ministro, por lo tanto, fundamentalmente pasivo y dependiente del ministro.

Una «nueva» eclesiología

La eclesiología del Concilio va claramente más allá de esta perspectiva. Ve que todo bautizado está llamado a un servicio ministerial, en la medida en que el sujeto es la Iglesia como «pueblo de Dios», que como comunidad cristiana confiere a cada uno un mandato en virtud del bautismo y de la confirmación. Como participación en el ministerio de Cristo, cada ministerio y cada ministro tienen la misma dignidad. El ministerio presupone la cercanía e inserción entre las personas, el compartir y la colaboración. En el centro no está tanto la estructura eclesiástica, sino el pueblo con sus «alegrías y esperanzas, tristezas y angustias» (Gaudium et spes 1), con sus necesidades y aspiraciones humanas y sociales. Por lo tanto, se requiere una «iglesia en salida», como insiste el Papa Francisco, capaz de alcanzar las periferias existenciales de nuestro tiempo.

Este pasaje es la consecuencia natural del hecho de que la Iglesia «es, en Cristo, de alguna manera el sacramento, es decir, el signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium 1)1 . La Iglesia es, pues, un «misterio», es decir, una realidad impregnada de la presencia de Dios. La unión con Dios y la unidad de todo el género humano son dos caras de la misma moneda: por su unión con Dios, la Iglesia participa en la iniciativa de Dios para realizar el Reino de Dios2 para toda la humanidad. En la visión ministerial, el ministro es el facilitador de la actividad de la comunidad que debe ser un sacramento de salvación para todos los pueblos, cristianos y no cristianos, para el cosmos y el medio ambiente.

La comunidad cristiana es un sacramento de transformación social en vista del Reino, sujeto de transformación y en transformación. La pasividad para la comunidad es un estado de pecado mortal, en el sentido de que respalda los procesos que están llevando a la destrucción de los pueblos y el medio ambiente. Hoy en día, la conversión y el pecado sociales están entrando con fuerza en la nueva visión ministerial. Por lo tanto, los ministros están al servicio de la comunidad para que sea activa y dinámica y transforme el mundo de hoy según el plan de Dios3, ayudándose de las indicaciones de la enseñanza social de la Iglesia sobre los derechos humanos, el bien común, la justicia social y la salvaguardia de la creación.

La ministerialidad como estilo, una forma de ser Iglesia

Como «sacramento», la Iglesia no es sólo un instrumento, sino también un signo de la comunión con Dios y de la unidad de toda la familia humana. Ella da testimonio de ello con su vida de fe y en sus relaciones, dentro de sí misma y con el mundo. La ministerialidad no sólo se refiere a «servicios», sino también a un «estilo» de ser Iglesia misionera. El paradigma de este estilo se encuentra en los Hechos de los Apóstoles. Al principio, en Hechos 1,8, vemos la formación de la comunidad cristiana, recibiendo el Espíritu… llamada a dar testimonio de Jesús hasta los confines de la tierra: ¡una comunidad misionera! Pero ¿con qué estilo vive la comunidad este mandato? Lo vemos en Hechos 2:42-48:

42Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. 43Todo el mundo estaba impresionado y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. 44Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; 45vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. 46Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; 47alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.

Este pasaje presenta la comunidad de Jerusalén, un «paradigma»4 en el que inspirarse, no una comunidad ideal, sino una verdadera comunidad idealizada, a partir de características que la definen, que la califican:

= todos los creyentes se mantuvieron unidos, perseverando en la comunión, en la fraternidad (koinonia),

= perseverar en el partir del pan y en las oraciones (leitourgya),

= y atender las necesidades de los necesitados (diaconía),

= mientras se producían prodigios y señales a través de la obra de los apóstoles, testimonio de la resurrección de Jesús, de la vida en plenitud que Él dio (martirio)

Estas son cuatro características que definen el estilo ministerial. Son cuatrio dimensiones que se entrelazan, son interdependientes y son el lugar de encuentro de dos realidades: una carismática desde arriba, Espíritu y Palabra, y otra desde abajo, hecha de humanidad, compromiso y competencia.

En cuanto a la comunidad, el papel de los apóstoles -que han estado con Jesús desde el principio y que son testigos de la resurrección- es enseñar la Palabra de la predicación de Jesús, transmitida, conservada y luego puesta por escrito para ser proclamada como la Palabra viva. Tanto es así que cuando la comunidad se hace más grande y compleja, surge la necesidad de tener diáconos que sirvan a los necesitados para que puedan dedicarse a la Palabra y a la oración (Hechos 6:1-7).

Y así cada día, los que se salvaron se unieron a «los que estaban juntos» (epì to autò), es decir, a la comunidad: la iglesia nace de la atracción, no del proselitismo.

El mismo paradigma aparece en otra descripción de la comunidad de Jerusalén (Hechos 4, 32-35), en la que se insiste en la koinonía, que significa unión (un corazón y un alma), tanto como sinodalidad y solidaridad (diaconía) al servicio de los necesitados. Los apóstoles dieron con gran fuerza testimonio de la resurrección (martirio): es la imagen de una comunidad decidida, decidida a anunciar con gestos y palabras la resurrección de Jesús. En el tercer resumen que describe el rostro de la comunidad cristiana (Hechos 5:12-16), se subraya nuevamente su carácter transformador (maravillas, liberación de los espíritus impuros y curaciones), signo del Reino presente entre ellos.

«Ya y todavía no»

Básicamente, hay un elemento escatológico en la misión de la Iglesia, ya que se cumplirá plenamente en el mundo futuro. Sin embargo, como explica Gaudium et Spes (GS), aquí y ahora la Iglesia «que es a la vez una sociedad visible y una comunidad espiritual» camina junto con toda la humanidad y experimenta el mismo destino terrenal con el mundo; es como la levadura y casi el alma de la sociedad humana, destinada a renovarse en Cristo y a convertirse en la familia de Dios» (GS 40). En una condición de reciprocidad e intercambio con la sociedad humana, la Iglesia contribuye a la humanización del mundo, con un compromiso activo en la promoción de la dignidad humana, la justicia social, el bien común y la ecología integral.

¿Qué nos muestra todo esto? Una Iglesia ministerial, lo que significa tener un estilo de vida evangélico, de comunión; vivir relaciones que generen vida, con espíritu de servicio, que se exprese en una pluralidad de servicios, según las necesidades que surjan, y que presuponga la participación, las responsabilidades compartidas en un espíritu de sinodalidad. Es una comunidad que experimenta el Reino y da testimonio de él, que da frutos y celebra la vida nueva.

El protagonismo del «pueblo de Dios

A través del bautismo y la confirmación, los fieles tienen acceso a la presencia de Dios en sus vidas y en el mundo. Como hijos e hijas de Dios, tienen acceso a Dios Abba, Padre, y son regenerados en una nueva y transformadora relación con Dios y la comunidad humana. Pero el momento de plena capacitación es la Confirmación, el sacramento que confiere una misión, el mandato de cumplir el plan de Dios, a través de la comunión, la oración, el testimonio y el servicio. Por medio de estos sacramentos los fieles se convierten en parte del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y por lo tanto participan en su misión sacerdotal, profética y real:

= Participación en la dimensión sacerdotal5: los fieles tienen acceso directo a Dios, el Padre, y pueden hacer sentir su presencia. También pueden mediar la presencia regeneradora de Dios en todas las situaciones de la vida, especialmente entre los pobres o donde se degrada la dignidad humana, donde hay explotación y sufrimiento. Los fieles están al servicio de un encuentro que genera vida, de una presencia en diálogo con la humanidad: la vida en su plenitud es un don de Dios, pero se requiere también su colaboración para experimentar y reconocer la presencia de Dios en su situación y para acceder a ella.

= Participación en la dimensión profética6: este aspecto se refiere a la lectura e interpretación de las tendencias, actitudes, hechos de la vida según la visión o el plan de Dios, la lectura de los signos de los tiempos y lugares. Se trata de la relación entre la fe y la vida social, el despertar de las conciencias, la conciencia socio-cultural, el crecimiento del sentido de responsabilidad cívica. Hoy esto requiere también competencias en las humanidades y en las ciencias sociales, pero luego se necesita la capacidad de discernimiento en una perspectiva de fe, de escucha de la Palabra, iluminada por el Espíritu y concienciados también a través del magisterio social de la Iglesia.

= Participación en la dimensión real7: a través del bautismo, los fieles son liberados del pecado y el Reino les llega como una semilla que crece. El ministerio real tiene que ver con el crecimiento del Reino de Dios en el mundo, que es visible en el surgimiento de la verdad y la vida, la justicia y la paz, en la liberación de toda la creación. Todos los bautizados y bautizadas están llamados a esta tarea de liberación, de promoción de la dignidad humana y de los pueblos y de la ecología integral, empezando por:

– su competencia profesional, su formación humana y técnica y su sentido cívico;

– la gracia de Cristo, luz del mundo, el plan del Creador;

– justicia social y económica

– impregnando las culturas y las actividades humanas con auténticos valores humanos;

– ejerciendo la autoridad como un servicio, no como una dominación sobre los demás.

¿Qué son los ministerios?

La misión de la Iglesia deriva de su identidad y los ministerios – o servicios pastorales – en la Iglesia son herramientas prácticas para llevarla adelante. Pero ¿qué actividades u obras pueden ser llamadas ministerios y cuáles no?

O’Meara (1999, 139-149) argumenta que cada vez que damos una definición precisa y detallada, terminamos excluyendo aspectos que merecen ser incluidos en el concepto que estamos tratando de aclarar. Sin embargo, debido a la necesidad de un entendimiento compartido, tenemos que aceptar esta limitación. Así que O’Meara propone seis características que nos ayudan a reconocer una acción verdaderamente ministerial, que son:

1. Hacer algo: un ministerio es un hacer concreto;

2. Para la venida y presencia del Reino: un hacer que está ordenado a la comunión con Dios y a la unidad del género humano. «El ministerio -explica O’Meara (1999, 142)- hace explícito el Reino, transformando su ambigua presencia en sacramento, palabra o acción».

3. En público: es un hacer que comunica su mensaje de forma clara, que es visible y explícito en palabras y hechos. Hay una diferencia entre el cuidado amoroso de una persona de buena voluntad y la misma acción tomada por las mujeres religiosas. En el primer caso, vemos un gesto fundamental de caridad, en el segundo una expresión del ministerio cristiano porque la motivación de la fe de las monjas es explícita y por lo tanto es una acción pública, no privada. Por otro lado, un empleado de banco honesto, acogedor y amable también puede mostrar los valores cristianos con sus actitudes. Pero, a menos que se le pida que dé razones de su modo de ser y de actuar, la vida cristiana en sí misma no es un testimonio explícito de la fe que la motiva. Aunque la vida cristiana proporciona la energía, la motivación y el fundamento del ministerio, no es exactamente «ministerio» en sí mismo. Así, volviendo al caso anterior, si el banquero trabajara como contable en un equipo comprometido con un proyecto de la comunidad cristiana para promover, por ejemplo, los derechos humanos, o la paz y la reconciliación, participaría plenamente en la actividad ministerial del equipo, incluso sin estar involucrado en el trabajo de campo, porque su trabajo es una parte integral de la reconstrucción de una comunidad reconciliada. Como O’Meara explica de nuevo (1999, 145-146)

La vida cristiana no es lo mismo que el ministerio. Ciertamente es el trasfondo, pero es más amplio que el ministerio eclesial. Si los aspectos de la vida evangélica como la justicia, la valentía y la templanza se derivan del compromiso de vivir el Evangelio y son requisitos de una auténtica vida cristiana, no incluyen necesariamente el aspecto ministerial. El ministerio implica un aspecto específico: una expresión y acción pública practicada explícitamente para el Reino de Dios.

4. En nombre de una comunidad cristiana: la comunidad cristiana tiene el mandato de vivir según la visión del Reino y de promoverlo. Esto exige un compromiso para construir una sociedad más humana y para denunciar y oponerse a los males sociales. Por eso O’Meara (1999, 146) dice que el ministerio comienza con la comunidad cristiana, viene de la comunidad y alimenta y expande la comunidad. La complejidad de la sociedad y las diferentes situaciones que deben ser remediadas requieren inevitablemente una pluralidad de ministerios. Algunas de ellas animarán y apoyarán a la comunidad cristiana; otras llegarán a la sociedad en su conjunto, en diálogo con otras instituciones, grupos y personas. Una pluralidad de ministerios requiere una pluralidad de ministros, que no trabajarán en su propio nombre. El servicio que prestan es una expresión de la fe y el compromiso de la comunidad cristiana en su conjunto. Por eso la comunidad invita a sus miembros, los reconoce y les da un mandato. La Evangelii gaudium (EG 24) nos recuerda la vocación de esta comunidad: es ser misionera, una iglesia saliente que toma la iniciativa de ir al encuentro de las periferias geográficas y existenciales, y se implica en la vida de los excluidos, marginados; los acompaña en el camino de la regeneración, un testimonio que anuncia el Reino. Da fruto, porque es el Espíritu el protagonista de la misión, la comunidad discierne sus signos y su acción en la historia, y la sigue, colabora con lo que el Señor ya está haciendo y por lo tanto puede celebrar, dar gracias por el Reino que ya está presente.

5. Un regalo del Espíritu: Un regalo recibido en la fe a través del bautismo y la confirmación. El Espíritu de Cristo resucitado es el alma de la acción ministerial: su presencia nos invita a servir por el Reino, inspira el discernimiento y nos capacita para actuar con diferentes dones espirituales (1Cor 12, 4 y 11). Según Pablo, estas habilidades especiales son en sí mismas una expresión del Espíritu y son dadas para el bien común, para el servicio, y no para el beneficio de aquellos que las reciben.

6. Con varios servicios: son el resultado de diferentes dones que responden a diferentes necesidades en la Iglesia y en la sociedad. Desde una perspectiva ministerial, hay tanto talentos humanos como dones espirituales que se ponen al servicio del bien común y que son expresión de la unión de los fieles con Dios en Cristo. Pablo usó la analogía del Cuerpo de Cristo, en el cual diferentes personas están unidas en diferentes funciones. Esta imagen rechaza la idea de que algunos carismas y ministerios son esencialmente superiores a otros porque todos son necesarios para que el cuerpo sea funcional y trabaje en armonía.

En conclusión, O’Meara (1999, 150) trata de dar una definición del ministerio cristiano, que suena así:

“El ministerio es la actividad pública de un discípulo bautizado de Jesucristo que procede del carisma del Espíritu y de una personalidad individual, en nombre de una comunidad cristiana, para anunciar, servir y realizar el Reino de Dios”.

Otra definición -muy similar en contenido y perspectiva- es la que da McBrien (1989, 848), quien afirma:

“El ministerio es un servicio designado públicamente o al menos explícitamente por la iglesia para ayudar a cumplir su propia misión”.

1 Dios está presente en la Iglesia y también trabaja a través de ella en la historia. Él toma la iniciativa de transformar el mundo enviando la Palabra y el Espíritu y la Iglesia participa como instrumento en este movimiento. La Palabra, que presenta la visión de Dios, llega al mundo a través de la comunidad cristiana, que proclama la Palabra del Padre y la hace viva, relevante y comprensible. El Espíritu ayuda a los fieles a comprender la Palabra y a poner en práctica lo que han comprendido. Y la Iglesia, a través de los sacramentos, es un canal importante para la venida del Espíritu en los fieles. Otra forma en que el Espíritu trabaja en el mundo es a través de los diversos servicios prestados a la comunidad, en la comunidad y en el mundo. El Espíritu está presente, sostiene y obra a través de los fieles que responden a las necesidades de las personas, para que el resultado de su servicio no dependa sólo de lo que ellos hagan.

2 Juan Pablo II en la Redemptoris missio (14-15) presenta las características y exigencias del Reino de Dios, subrayando que «la naturaleza del reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios». El reino concierne a todos: a la gente, a la sociedad, al mundo entero. Trabajar por el Reino significa reconocer y fomentar el dinamismo divino, que está presente en la historia humana y la transforma. Construir el reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el reino de Dios es la manifestación y realización de su plan de salvación en toda su plenitud».

3 Lumen gentium la Chiesa es una misión de proclamación y evocación del Reino de Dios entre todos los pueblos. En efecto, la Constitución dogmática presenta a la Iglesia como » pueblo de Dios «, consagrado con una tarea mesiánica: está sostenida y capacitada por el Espíritu para una misión de liberación (cf. Lc 4, 16-22), para servir al Reino de Dios, guiando a los hombres hacia la salvación.

4 El resumen no es una fotografía de la vida real en la Iglesia de Jerusalén, pero tampoco es una pura fantasía del autor. Lucas generaliza episodios concretos de la tradición. Los casos individuales se convierten en una realidad para todos.

5 Cf. LG 10.34; GS 34

6 Cf. LG 35; GS 35.

7 Cf. LG 36; GS 36.

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