Continuando con su reflexión sobre la hermandad, el Papa Francisco se refiere a las fuentes bíblicas y la tradición judía. La parábola del samaritano es la parte del león. Pero es bueno notar cómo este capítulo utiliza citas de todas las secciones del Primer Testamento, que casi incorpora toda la enseñanza bíblica que nunca ha estado lejos de la idea de hermandad. No es coincidencia que Francisco también cite a Hillel, uno de los más grandes maestros de Israel poco antes de Jesús. Su máxima -no hagas a los demás lo que no quisieras para ti, esta es toda la Torá y los profetas, el resto es solo un comentario- encaja bien en este capítulo y nos hace entender cómo Jesús no fue la única voz que abogó por una interpretación abierta de la Palabra. También es un homenaje a la escuela farisaica, a menudo demasiado denigrada. No hay que olvidar que algunas de las enseñanzas de los fariseos hacen eco en las de Jesús.
La lectura bíblica que propone el Papa no es una lectura ideológica, un falso pietismo hacia los pobres y los extranjeros. No hay rastros de siquiera una lectura emocional. El texto apunta decididamente en otra dirección.
Cabe señalar que en el Primer Testamento cuando se habla del extranjero se hace una distinción entre los que vienen de otro pueblo (goy) y los que como extranjero se establecieron en medio de Israel (ger). Es este segundo del que se dice que hay que respetarlo. Esta diferencia desaparece totalmente en la parábola lucaniana. Allí es el extranjero, además de detestado, quien se hace vecino de una persona que, presumiblemente, era parte de Israel.
La parábola del samaritano no hace más que resaltar el componente social del mensaje cristiano. Es una fuerte llamada a la transformación de las estructuras de pensamiento y acción del individuo y de la comunidad. En las mismas palabras de Francisco, «la historia, digámoslo claramente, no pasa una enseñanza de ideales abstractos, ni se limita a la funcionalidad de una moral ético-social. Nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: fuimos hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. Vivir indiferente al dolor no es una opción posible; no podemos dejar que alguien permanezca «al margen de la vida». Esto debe indignarnos, hasta el punto de hacernos descender de nuestra serenidad para molestarnos con el sufrimiento humano. Esto es dignidad», (FT 68).
La fraternidad y la solidaridad entre las personas se sostienen por la revelación, pero no debe olvidarse que estos valores son inherentes al ser humano -una característica esencial del ser humano- no el resultado de una elección de fe. Los textos bíblicos enfatizan la fraternidad y la solidaridad e indican cómo éstas se expresan en lo social y no en lo espiritual. En otras palabras, podríamos decir que la espiritualidad debe traducirse en vida, de lo contrario es solo una ilusión.