Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de los pueblos y naciones que vivan la amistad social, es necesaria la mejor política, puesta al servicio del verdadero bien común. Desafortunadamente, sin embargo, la política actual a menudo toma formas que dificultan el camino hacia un mundo diferente, como el populismo y el liberalismo.
El populismo atrae consensos al fomentar las inclinaciones egoístas de algunos sectores de la población a la instrumentalización política. Busca el interés inmediato en lugar de crear las condiciones para el desarrollo de las personas a través de sus esfuerzos y creatividad, y permitir una vida digna a través del trabajo. Esta última es una dimensión indispensable de la vida social, porque no es sólo una forma de mantenerse, sino también un medio para el crecimiento personal, para establecer relaciones saludables, para expresarse, para compartir dones, para sentirse corresponsable de la mejora del mundo. Todo esto debe verse en la perspectiva de vivir como pueblo, llegando a objetivos comunes, más allá de las diferencias, para implementar juntos un proyecto compartido, un sueño colectivo.
Los puntos de vista liberales, por su parte, reducen la sociedad a una suma de individuos guiados por su propio interés, sin la raíz de una narrativa común. Además, los mecanismos económicos y financieros neoliberales, responsables de las crecientes desigualdades, son incapaces de corregir la inequidad del sistema. La política, entendida como la promoción del bien común y la participación en la construcción de un mundo sostenible y fraterno, debe regir una vez más la economía y las finanzas. Por eso es necesaria la reforma de la ONU y de la arquitectura económica y financiera internacional en vista del bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria y la defensa segura de los derechos humanos fundamentales.
Además, la participación social, política y económica de acuerdo con el principio de subsidiariedad, inseparable del principio de solidaridad, también es crucial, para que cada ser humano y cada pueblo pueda convertirse en arquitecto de su propio destino. En particular, el Papa Francisco insiste en la importancia de incluir los movimientos populares, formados por los excluidos, relegados al sector informal con respecto al trabajo, la vivienda y el acceso a la tierra. El Papa Francisco los llama «poetas sociales», como sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que convergen millones de pequeñas y grandes acciones cotidianas, creativamente vinculadas, como en un poema (FT 169). Con ellos será posible superar esa idea de políticas sociales para los pobres, para llegar a políticas de los pobres y con los pobres, en un proyecto que una a los pueblos. De hecho, el amor se expresa no solo en las relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones: sociales, económicas, políticas.
El amor político es un acto de caridad dirigido a organizar y estructurar la sociedad para que el prójimo no se encuentre en la miseria. Esta caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los más pequeños. El escándalo de la pobreza no puede abordarse promoviendo estrategias de contención que sólo tranquilicen y transformen a los pobres en seres domesticados e inofensivos.
Finalmente, el Papa Francisco traza el perfil de la vocación del político. En primer lugar, se trata de cuidar la fragilidad de los pueblos y de los individuos. La mayor preocupación debería ser encontrar una solución eficaz al fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de la trata de seres humanos, el comercio de órganos y tejidos humanos, la explotación sexual de niños y niñas, el trabajo esclavizante, incluida la prostitución, el tráfico de drogas y armas, el terrorismo y la delincuencia organizada internacional. Entonces, los que están llamados a gobernar están llamados a renuncias a que hagan posible el encuentro y a buscar la convergencia, al menos en algunos temas, escuchando el punto de vista de los demás y permitiendo que cada uno tenga su propio espacio. Se trata de fomentar la creación de ese hermoso «poliedro» donde todos encuentren un lugar y contribuyan al bien común.
Mientras lleva a cabo esta incansable actividad, todo político sigue siendo un ser humano y expresa su humanidad en el amor con ternura, es decir, con el amor que se vuelve cercano y concreto. En medio de la actividad política, los más pequeños, los más débiles, los más pobres tienen derecho a enternecernos hasta los más profundo de nuestra alma y nuestro corazón. No siempre se trata de lograr grandes resultados, que a veces no son posibles. Las grandes metas soñadas por las estrategias sólo se logran parcialmente. Pero quienes aman y han dejado de entender la política como una mera búsqueda de poder tienen la seguridad de que ninguna de sus obras realizadas con amor se pierde. Todo esto circula por el mundo como una fuerza de vida. Lo importante es iniciar procesos cuyos frutos serán cosechados por otros, con la esperanza puesta en la fuerza secreta del bien que se siembra. La buena política combina el amor con la esperanza, la confianza en las reservas del bien que están en el corazón de las personas, a pesar de todo.