En el V Capítulo de «Fratelli tutti» – La mejor política – el Papa Francisco nos dice que la mejor política es la puesta al servicio del verdadero bien común, y que sólo una política de esta manera puede servir al propósito de acompañar a los pueblos y naciones a vivir esa amistad social sobre la que se injerta la fraternidad humana. No es posible plantear objeciones a tal principio: nuestro corazón es suficiente para decirnos que, en el fondo, el corazón mismo del hombre está hecho para desear que las cosas sean así. La tarea se vuelve un poco más ardua cuando, en las circunstancias concretas de la vida, este corazón bien dispuesto debe lidiar con la búsqueda paciente del bien común, del «conjunto de aquellas condiciones de vida social que permiten a los grupos, así como a los miembros individuales, alcanzar su propia perfección más plena y más rápidamente – Catecismo Iglesia Católica, 1906′. El Papa Francisco describe aquellas condiciones que son un obstáculo para el camino hacia ese mundo que nuestro corazón desea (155-168) y luego menciona la perspectiva internacional que debe adoptarse para intervenir eficazmente en la gran complejidad e interdependencia de los factores que obstaculizan el bien común. En mi experiencia misionera como médico en Uganda, en un momento dado -después de quince años de práctica clínica salpicada de muchas pequeñas satisfacciones dadas por haber cumplido con la responsabilidad de curar de la enfermedad- me encontré, a mi pesar, con que tenía que dejar la cabecera del paciente. Sucedió cuando me pidieron que entrara, con miedo, ansiedad y gran sensación de insuficiencia, en la complejidad de los problemas relacionados con la maquinaria organizativa (dispensarios, hospitales, redes organizativas de salud social y estatal, políticas nacionales de salud primero y luego internacionales), concretamente las políticas internacionales de ayuda al desarrollo. Fue un cambio de perspectiva casi inadvertido al principio, medido por el número de horas de servicio restadas a la práctica clínica para dedicarme a la organización de ese bello hospital que me había sido encomendado y que sufría de una crónica insostenibilidad organizativa-económica. Trabajar en el campo de la salud en un país pobre en recursos económicos es una empresa de quiebra rápida cuando se quiere llegar a todos aquellos que lo necesitan, incluso si no pueden pagar. El hermoso hospital al que los superiores me habían asignado tenía un gran problema económico. Al pedir ayuda, para entender lo que era hacer, a otros misioneros y compañeros directores de hospitales «misioneros» que compartían la misma responsabilidad que yo, tuve que darme cuenta de que todos teníamos el mismo problema. Y pronto quedó claro que no sólo los trabajadores de la salud de la red de hospitales católicos lo teníamos, sino que los protestantes y los musulmanes también lo tenían. A partir de ahí el paso para iniciar el diálogo con el Ministerio de Salud fue corto y aquí está la sorpresa: incluso el Ministerio de Salud estaba luchando con el mismo problema a escala nacional. Este problema también se vio afectado por las grandes agencias internacionales de ayuda al desarrollo que, a pesar de que tenían algo de dinero a su disposición, no sabían cómo acercarlos lo más posible a los «pobres» a los que, declaradamente, querían llegar. Por lo tanto, se trata de encontrar una solución a un problema complejo, un problema del sistema. Es increíble la fecundidad y creatividad que viene cuando personas de diferentes experiencias vienen a superar barreras ideológicas y culturales, dejando de lado en los intereses partidistas inmediatos, para poner el bien común en el centro de su trabajo, descubriendo que al final es conveniente para todos. Perder un poco de autonomía y olvidarse un poco del propio interés partidista para dar cabida a ese deseo de bien que habita en el corazón humano, y que es la huella -consciente o inconsciente- del Misterio en nosotros. Luego también descubrí que, en el camino, se establecen lazos de respeto y amistad incluso entre aquellos que siempre se han considerado pertenecientes a campos opuestos. Desde el punto 186 en adelante de «Fratelli tutti», el Papa habla de amor político, solidaridad, subsidiariedad, caridad política… y los buenos frutos que se derivan de esta forma de actuar. Creo que la alianza establecida en Uganda, en el campo de la salud, entre católicos, protestantes, musulmanes, gobierno, ONG y agencias de ayuda al desarrollo nos ha permitido sacar a relucir una convergencia de conveniencias: era conveniente para nosotros los trabajadores de la salud en estructuras privadas, era conveniente para el Ministerio de Salud y sus donantes y ciertamente se adaptaba a nuestros pacientes. Preguntarnos juntos cómo construir un sistema que sea más equitativo y responda a las necesidades de los últimos. La política de asociación sociosanitaria público-privada nos ha permitido así dar algunos pasos humildes en la dirección correcta. La confirmación que proviene de las palabras del Papa en Fratelli Tutti es alentadora y fortalecedora para continuar persiguiendo este método de trabajo.