Vivimos en la era posmoderna, donde todo sucede más rápido. Esto no siempre es bueno. No es casualidad que se estén poniendo en marcha iniciativas para ralentizar el ritmo. Movimientos como la Slow Food Society muestran cómo hay una necesidad de tiempo y espacio dedicado al encuentro, sin frenesí. Pero este ya es el comportamiento de unos pocos virtuosos. No podemos negar que la mayoría de la población urbana del mundo está cada vez más impulsada a decisiones rápidas, encuentros fugaces y, por lo tanto, superficialidad en las relaciones humanas.
Este es uno de los temas tratados por el Papa Francisco en el sexto capítulo de Fratelli Tutti. Esta «crisis» de relacionalidad se refleja bien en el auge de las aplicaciones digitales de socialización. Aunque algunos de estos que prevalecían en el pasado ahora se han desvanecido, otros han tomado su lugar. A través de estos medios es posible comunicarse rápidamente tanto con personas conocidas como con una gran audiencia. Aquí nacen las ‘amistades’ basadas en un encuentro anónimo y totalmente evanescente. La otra cara de la moneda son los mensajes violentos y de odio, los juicios cortantes y poco atractivos que tienen tanto peso en la vida de los jóvenes y de los individuos estructuralmente débiles.
En ambos casos, la superficialidad y la falta de responsabilidad son los dueños de estas redes sociales. Todo ello se ve facilitado por el anonimato concedido a los usuarios de estas aplicaciones. Es cierto que es necesario registrarse y dar algunos datos que puedan llevar a la identificación de los distintos clientes. También es cierto que esta identificación se produce cuando el daño ya es una realidad. Cubierto por un «apodo» o un «nombre de usuario» es fácil dar catedra, hacer juicios, atraer a menores, etc.
Incluso cuando no hay ambigüedades éticas, la cuestión sigue siendo la superficialidad de una comunicación rápida y no gramatical, tanto lingüística como experiencial, dirigida a evitar una participación emocional real con la otra persona. No es casualidad que, entre los jóvenes, el uso del teléfono también esté disminuyendo, mientras que estos dependen cada vez más de la posible comunicación con un teléfono inteligente y algunas aplicaciones de redes sociales.
Francisco nos recuerda que el verdadero diálogo requiere la presencia de la persona, la profundización de la verdad, el reconocimiento de las diferencias, pero también la búsqueda de un terreno común de intercambio y enriquecimiento mutuo. La alternativa es dar espacios preciosos a los populismos y totalitarismos resurgentes. O no notar el crecimiento de fenómenos de colonialismo cultural y financiero en detrimento de los más pobres.
Con cierta sorpresa, el Papa hace un llamamiento para que se vuelva a la bondad (FT 223 y 224). Tal vez no esperemos que un Pontífice escriba sobre la importancia de los buenos modales en una encíclica. Sin embargo, » el cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes» (FT 224).