Aquel domingo volvía a mi comunidad en Jartum tras celebrar la misa en uno de los centros de la parroquia de Masalma (Omdurmán) situado en la periferia de la ciudad, donde el desierto y la urbe se encuentran y los desplazados por las guerras de Sudán del Sur y los Montes Nuba se habían asentado. No conducía mi coche sino el de la escuela primaria, un gran Toyota Pajero más adecuado para los viajes fuera del asfalto de la ciudad. La noche ya extendía su manto cuando noté que había pinchado.
Me detuve y en la oscuridad me puse a buscar las herramientas para cambiar la rueda. Pero ésta era demasiado pesada para moverla sola. Una persona en chilaba percibió a aquel extranjero en dificultades y se me acercó para ayudarme. Tras veinte minutos de trabajo conjunto conseguimos sustituir la rueda pinchada. Lo invité a beber un refresco para recuperar las fuerzas gastadas. Pero era la hora de la oración de la tarde (al-maghreb) y me pidió que le permitiera dirigirse a la mezquita para no llegar tarde. Me dejó su nombre y teléfono por si quería invitarlo al refresco en otro momento.
Aquella persona se me había acercado como el buen samaritano al verme en dificultad, expresó su disponibilidad para ayudarme, me escuchó, me comprendió, nos conocimos y afrontamos juntos un problema. Aquella persona que se arrodilló conmigo para cambiar la rueda era el director general de una de las facultades de la “Sudan University of Science and Technology”. Es curioso porque cuatro años más tarde yo ocuparía la misma posición en el Comboni College of Science and Technology y trece años más tarde yo completaría mi doctorado en su universidad.
En “Fratelli Tutti” el Papa Francisco define el diálogo como un camino que incluye los siguientes verbos: “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto” (n. 198). De una manera u otra todos estos verbos están presentes en aquel sencillo encuentro alrededor de una rueda pinchada.
Con el paso de los años, experiencias semejantes han ido jalonando mi camino misionero en Sudán, de modo particular a través de mi ministerio en el Comboni College of Science and Technology, donde casi la mitad de los estudiantes y la mayor parte del personal docente son de fe islámica, y a través de una incubadora de compañías digitales. Juntos buscamos de educar a nuestros jóvenes al servicio con un modelo que busca integrar su diversidad cultural y crear cohesión social particularmente con aquello que habitan las periferias del área metropolitana de la capital, nos llegan desde las periferias del país (Darfur, Montes Nuba, Kasala…) o los refugiados de origen eritreo o sursudanés.
Caminando juntos aprendemos a ir más allá de los preconceptos que tenemos sobre los hermanos de fe o cultura diversa y descubrimos la belleza de un poliedro “donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente” (FT 215).