En el capítulo cuarto de Fratelli tutti, el Papa Francisco introduce el tema de la ciudadanía. No es un asunto menor. Francisco subraya de hecho que “es necesario comprometernos para establecer en nuestra sociedad el concepto de ciudadanía plena y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno para la hostilidad y la discordia y quita los logros y los derechos religiosos y civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos» (FT 131).
Francisco nos recuerda que un ciudadano no es sólo aquel que nació en un lugar, y que ostenta un derecho natural a la residencia, a la explotación de los recursos locales, a las decisiones que afectan a la vida social del lugar. El ciudadano es también quien adquiere este derecho a través de la permanencia en el lugar y el trabajo de inserción en el tejido local para formar parte de este.
Por lo tanto, está claro que no es suficiente establecerse en un solo lugar. Es necesario ser activo en el conocimiento de la historia, las costumbres, la realidad: es el proceso de inserción. Sólo de esta manera podemos ser proactivos. Desafortunadamente, la cuestión de la ciudadanía plena no se ha convertido aún en un valor adquirido. Por el contrario, las comunidades locales a menudo se oponen a la plena aceptación de aquellos percibidos como extranjeros.
Esto se debe a los temores que todo cambio trae consigo. En particular, muchas comunidades locales temen el cambio porque no están seguras de su propia identidad. Redescubrir la propia cultura es el primer paso para ser acogedor con el otro. Esto, ciertamente, es verdadero en la Europa de hoy. Las poblaciones locales se enfrentan a una gran transformación -secularización, nuevas relaciones sociales, nuevas direcciones culturales- que las desorienta. Además, la velocidad del cambio no ayuda a la asimilación de lo nuevo y a una correcta evaluación de lo que sucede. Es más que normal que en esta situación la presión por aceptar otros estímulos del exterior se perciba como molesta, difícil, e incluso peligrosa.
Sin embargo, recuerda el Papa, que negarse a abordar la cuestión, o hacerlo de forma equivocada, significa preparar «el terreno para la hostilidad y la discordia y arrebatar los logros y los derechos religiosos y civiles de algunos ciudadanos, discriminándolos».
Cabe destacar aquí que una recepción sin reglas sería igualmente desastrosa. Los que acogen y los que son acogidos deben hacer juntos un camino de redescubrimiento de sí mismos, de su identidad, de sus intereses. Sólo de esta manera habrá la base para la verdadera alteridad. La alteridad no significa una diferencia que deba llenarse para lograr la conformidad, el aplanamiento de la diversidad. Por el contrario, la alteridad debe ser vista como una oportunidad: saber reconocer las diferencias, saber encontrar puntos en común, en pleno respeto del otro, para construir juntos. Esta es la forma de fortalecer las identidades individuales sin comprometer nuevos objetivos futuros.
Al inicio hablé de Europa. Pero estas palabras también se aplican a otros continentes. Las grandes migraciones que tienen lugar hoy en día no son sólo las del Sur-Norte, sino sobre todo las internas dentro de los mismos continentes: África y Asia en primer lugar. Hay los mismos problemas, los mismos miedos, pero también algunas experiencias positivas, que se encuentran en Occidente. La llamada de Francisco es de gran relevancia y sin duda debe ser escuchada, si nuestra humanidad realmente quiere avanzar hacia una fraternidad universal.