Repasando la «Historia de las Misiones», es enriquecedor detenerse y reflexionar sobre el Santo Patrono de nuestra Congregación: Francisco Javier. Nacido en España, circunstancialmente se expuso a la internacionalidad y a la ciencia, en París. En su entrada, primero en el círculo de sus amigos, luego como miembro de la Compañía de Jesús, cultivo una gran riqueza de cultura y ciencia. Siendo «Magister», había adquirido preparación y habilidades para la situación de la misión en la que iba a llevar el Evangelio. No es que lo supiera todo, ni que tuviera respuestas listas para la gente de esa época, cultura, civilización, donde sería enviado por el Papa, pero era «capaz». Su carisma personal enriqueció el carisma del fundador. Fue enviado a las Indias, se quedó durante mucho tiempo y fundó comunidades cristinas en Goa, trabajó en Malasia. Luego recibió la invitación para evangelizar en Japón y allí comprendió la importancia de China y decidió ir allí. Pero él muere antes.
Quien irá más tarde es Matteo Ricci con un hermano. Ricci entra en China «equipado» con la ciencia. Estudió derecho en el «Colegio Romano» fundado por San Ignacio de Loyola, ahora Universidad Gregoriana. Profundizó en matemáticas, geometría, astronomía, tecnología, geografía y cartografía. Una vez en China trató de convertirse en «chino con los chinos»: se convirtió en un erudito de Confucio, apreciando la cultura local. Sabía que los chinos tenían una cultura milenaria. Él encuentra que la filosofía griega y latina podría actuar como un puente entre Occidente y China. Después de unos años, otros 40 jesuitas estaban con Ricci. Aquí los jesuitas traducen al chino las obras de Epicteto y Euclides, dos autores que han tenido una influencia considerable en el mundo filosófico y científico; explican la tecnología occidental, como la construcción y operación de relojes automáticos, instrumentos astronómicos y un mapa del globo. Mientras que otros Institutos, con sus carismas, habían hecho «misión» por ejemplo en América Latina, centrándose mucho en el aspecto religioso y devocional, los misioneros jesuitas se abren a la ciencia y se preparan para un «encuentro con las culturas», para dar cabida a un anuncio de Cristo en el apogeo de los tiempos y pueblos donde se habrían encontrado evangelizando.
Incluso hoy, en una época histórica completamente diferente, la dimensión cultural es fundamental para la misión. En Evangelii Gaudium, una encíclica que presenta el nuevo paradigma de la misión, la inculturación es uno de los cuatro criterios de discernimiento para una acción misionera renovada. La promoción humana va de la mano con la inculturación del Evangelio, es decir, un encuentro transformador con el Resucitado que hace germinar las semillas de la Palabra ya presentes en las culturas y en la historia de los pueblos.
Es este encuentro, que genera un mundo abierto, fomentando la interacción de diferentes pueblos, culturas y religiones; se basa en el respeto a la dignidad y a las diferentes características propias de las personas y los pueblos, convirtiéndose en la «Fiesta de la Fraternidad» (FT 110), de la diversidad. La belleza cromática de la humanidad es el desafío a nuestra comprensión del Misterio de Dios y de Su Reino. Los valores propios, los recursos humanos, espirituales y éticos de todos los pueblos, tendrán que converger, no con «una serie de acciones beneficiosas» (FT 94); sino con la voluntad de «ser uno» (FT 93), como Jesús era uno con el Padre (Jn 10, 30), y anhelaba que todos los suyos se convirtieran en uno como «el Padre y Él» (Jn 17, 22).
Vivimos de acuerdo con el sueño de Comboni de ver la regeneración de África con África hecha realidad – un anhelo expresado hoy por el Papa Francisco – saliendo al encuentro del pueblo pobre «promoviéndolos en su propia tierra» (FT 125). La regeneración significa un renacimiento en la plenitud de los hijos e hijas de Dios, con los «genes» del Padre y de la Tierra – culturas – de donde provienen los pueblos. Por eso el encuentro y el diálogo con las perspectivas culturales de los pueblos siguen siendo una necesidad para la misión. La transformación social inspirada por el Evangelio, la generación de un mundo abierto, requiere habilidades y destrezas que no se pueden improvisar. Requiere preparación, porque los misioneros son operadores culturales y promotores y formadores de transformadores sociales. Por eso soñamos y realizamos, en Nairobi, el Instituto para la Transformación Social, que forma a agentes pastorales, promueve iniciativas concretas de transformación social y está comprometido con la integración de los conocimientos y perspectivas de los pueblos originarios tanto a nivel académico como en la práctica social para reconstruir un mundo más fraterno y sostenible.