H.no Alberto Parise mccj

En el segundo capítulo de la encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco ofrece una clave para comprender la realidad actual y la experiencia espiritual que subyace en la respuesta cristiana a los desafíos de nuestro tiempo. Me llama la atención la correspondencia de las ideas de este capítulo con los elementos que caracterizan el carisma comboniano.

En primer lugar, la invitación a «salir», a acercarse, paradigma de una misión ad extra. A quienes le preguntan «quién es el prójimo», Jesús responde colocándolo, invitándolo a «ser prójimo», cercano, a estar presente a pesar de todas las barreras geográfico-culturales, religiosas, socioeconómicas y políticas. El prójimo es aquel con quien hay pertenencia mutua y Jesús nos invita a reconocerlo como en cada hermano o hermana abandonado o en riesgo. Esta fue también la experiencia espiritual de Comboni, para quien descubrieron el rostro de Cristo en el rostro de África.

La acción del samaritano en la parábola está hecha de una dedicación total, lejos de cualquier repliegue en sí mismo, de una vida vivida en una burbuja, en la indiferencia hacia la dignidad humana y el sufrimiento. El desenlace de la historia es una regeneración de los desafortunados reducidos a la extinción de la vida. Jesús nos invita a ser constructores de un nuevo vínculo de social y a no permitir que se construya una sociedad de exclusión, para que el bien sea común. Para llegar a la experiencia de regeneración es importante activar procesos y transformaciones sociales, participar en la rehabilitación de las sociedades heridas. Esto requiere la participación y el protagonismo de los excluidos, la constitución de sí mismos como pueblo para incluir, integrar y levantar a los caídos. Pero, ¿no es todo esto el sueño de Comboni de una «regeneración de África con África»? Una regeneración que presupone gracia, encuentro transformador con el Resucitado, así como acompañamiento, servicio y transformación social.

Y una vez más, el Papa Francisco insiste en que todo esto no se puede hacer solo, sino que solamente juntos podremos tener éxito. Aquí también se hace ecode la experiencia de Comboni, que primero creyó profundamente en la potencialidad propia de África y luego pensó en una obra «católica», es decir, una comunión universal que, respetando la diversidad y la singularidad, tanto en la Iglesia como en la sociedad, se comprometería en un camino compartido, hoy diríamos sinodal. El Papa Francisco también nos recuerda que caminar en la senda de la regeneración no es fácil y que ante tanto dolor, heridas, injusticia y violencia, la única salida es ser como el Buen Samaritano, que se hace cargo de la fragilidad de los demás, hace causa común: las obras de Dios nacen siempre al pie de la cruz.

La armonía del carisma comboniano con el mensaje de la Fratelli tutti nos interpela a todos y nos invita a discernir lo que puede ser, en los diferentes contextos en los que estamos presentes, una contribución cualificada específicamente comboniana dentro del compromiso del pueblo con un mundo más fraterno y sostenible.

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