El ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla, ni puede encontrar su plenitud «sino en el don sincero de sí mismo» a los demás. (Fratelli tutti 87)
El Papa Francisco, en el capítulo III de la Fratelli tutti, nos recuerda que por naturaleza estamos hechos para trascendernos a nosotros mismos en el amor auténtico, en la donación gratuita al servicio del prójimo. Primero es el amor, el amor nunca debe ponerse en riesgo, el mayor peligro es no amar (1 Corintios 13, 1-13).
La experiencia de este amor nos lleva a vivir como hermanos y hermanas, una sola familia unida por los lazos de la fraternidad universal; las fronteras ya no existen, pero nos acogemos en nuestra diversidad cultural, social, religiosa, económica y en el cuidado mutuo. Toda la vida humana tiene el mismo valor. Vivimos en la misma casa común donde todos pueden tener una vida digna.
Los hermanos y hermanas más frágiles, los desposeídos, los empobrecidos, deben tener nuestra atención especial. La Obra Comboniana de Promoción Humana presente en Camarate, en Portugal nació del encuentro con estas realidades humanas.
Estos últimos cinco años de experiencia misionera en Camarate han sido transformadores e inspiradores para mí. Tuve que empezar a vivir una nueva forma de vida comunitaria, una nueva forma de orar, de sentir, de pensar, de vivir más al ritmo de la agenda de Dios, viviendo el tiempo de mis hermanos y hermanas necesitados, de entrar más en el misterioso sacramento de la presencia de Jesús en los pobres. Jesús me enseña que soy yo quien necesita a mi pobre hermano. Es mi hermano, mi hermana pobre, quien me ayuda a redescubrir el sentido de mi vocación de hermano misionero. Si nos acercamos a nuestros hermanos y hermanas pobres para estar en comunión con ellos, entonces estamos más cerca del misterio de Dios, del misterio de la humanidad.
Acercándose a la situación de los hermanos y hermanas despojados, de los que viven por el milagro de Dios, produjo en mí una transformación tal que me obligó a vivir y sentir mi vocación y mi ministerio como hermano misionero comboniano con una conciencia más despierta para percibir la presencia y la acción de Dios hoy.
Con la pandemia, el declive de todo el sistema político, económico y social de nuestro país se ha hecho más visible, no ha habido respuestas a las emergencias humanitarias, todo el sistema se ha estancado, incapaz de responder a las muchas necesidades de las familias más afectadas. Una vez más nos dimos cuenta de la importancia de establecer contactos con otras organizaciones no gubernamentales, todas compartieron lo que tenían y el milagro de la multiplicación del pan ocurrió todos los días. La solidaridad es un valor universal que debemos vivir con mayor compromiso y valentía y no tener miedo de seguir desarrollando nuevas formas de ejercerla.
«He visto la miseria de mi pueblo en Egipto y he escuchado su grito a causa de sus explotadores: Conozco sus sufrimientos». (Éxodo 3:7)
«No podemos guardar silencio de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20)