No es casualidad que el Papa Francisco hable de la mejor política. Su análisis no podía olvidar la división actual entre populismo y liberalismo. Ambos son rechazados por el pontífice. Uno porque aplana la definición de pueblo hasta que desaparece, y al hacerlo abre el camino a la dictadura. Esto es confirmado por algunos gobiernos nacionales que han sido elegidos con una plataforma populista y están demostrando ser cada vez más reaccionarios en sus elecciones. El otro porque detrás de la apariencia de democracia se esconde su verdadera naturaleza: un capitalismo desenfrenado que habla bien, pero actúa mal. No es cierto que el libre mercado sea la panacea para todos los problemas humanos. Tanto más cuanto que las elecciones del capitalismo tienen poco en cuenta la libertad de los demás. No es casualidad que los países emergentes denuncien cada vez más los métodos del liberalismo que oprime y explota los recursos de otros, con el debido respeto a la libre participación en el mercado.
Si el juicio hacia la política se vuelve tan radical y negativo, ¿cuál sería la alternativa? Francisco reitera que la verdadera política no debe someterse a la economía. Las utilidades no pueden ser la guía que conduzca las elecciones nacionales e internacionales. Por el contrario, las opciones políticas son las que deben regular y dirigir la economía.
Lo que Francisco espera es un nuevo modelo de política. No una elección de ideología, sino una metodología que prepara y apoya el valioso trabajo de los líderes políticos. Este hecho demuestra la importancia de establecer y apoyar escuelas de política que ofrezcan una preparación holística a los aspirantes a políticos. No hace falta decir que las escuelas de política se basan en fundamentos perjudiciales. Sin embargo, cuando uno acepta ciertos valores fundamentales -por ejemplo, el bien común, el acceso equitativo a los recursos, la solidaridad y el desarrollo- encuentra fácilmente un terreno común sobre el cual entablar un diálogo constructivo. La actual crisis de liderazgo en el mundo también se debe a la falta de una verdadera formación humana y política de los líderes.
La regeneración de la vida política también debe hacerse a la par de una reforma de las Naciones Unidas. En este momento, la ONU está dividida entre países que tienen derecho a hablar en la Asamblea General, pero cuya opinión tiene poco peso en las decisiones básicas, y países poderosos que pueden vetar las decisiones más importantes. De hecho, la ONU refleja las alianzas políticas y económicas de las superpotencias. Esto no es democracia.
Es comprensible que la comunidad mundial esté perpleja por la participación de algunos países dictatoriales no democráticos. Es entendible que no se quiera dar el mismo peso a naciones tan disímiles, que representan poblaciones y economías de diferente peso. Pero este debería ser un medidor utilizado para todos. ¿Es que Rusia, Estados Unidos y China realmente operan de acuerdo con los dictámenes de la justicia, el respeto por las aspiraciones locales y la democracia? La ONU refleja un orden mundial obsoleto y no puede ser la casa común de los pueblos mientras se mantiene la arquitectura política actual. Necesitamos un nuevo estilo, un nuevo conjunto de reglas que sepan combinar la atención a todos los pueblos y el respeto a las diversas identidades, con el bien común de la familia humana.