Ante la falta de paz, la guerra también en Europa, me hago la pregunta: ¿cómo podría contribuir a la elaboración de un oficio de paz? Encuentro en las palabras de Jesús: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29), una fuerte invitación a no rendirme «cuando el peso del pecado me aplasta» (León magno), incluso las omisiones son «pecado».
Deseo poner todo mi ser en la escucha humilde, en la actitud de acoger a todos, con deferencia, con misericordia. Hay una bienaventuranza especial, una invitación más fuerte: «Bienaventurados los pacificadores, serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). Todos somos «hijos del mismo Dios, y de la misma tierra; debemos hacer visible este Reino de hermandad con ternura» (Papa Francisco), con solidaridad.
La verdad, compañera inseparable de la justicia y de la misericordia (FT 227)
Escribo estas palabras mientras contemplo una fotografía del alcalde de Florencia Giorgio La Pira, «artesano de la paz y la justicia», con el fondo de la Catedral de Florencia, cerca de la Torre Municipal, igualmente altas, pero en formas diferentes. Desde cada parte de la ciudad, los florentinos para vivir una vida humana digna de ese nombre, deben tener sus ojos puestos en estas dos realidades: La Cúpula que recuerda a Cristo, la Torre que recuerda la fraternidad, la colaboración, expresada en términos políticos.
Todas las ciudades que surgieron en la Edad Media están dominadas por estos dos escenarios: la Cúpula-Duomo, signo de la presencia de Dios, y la Torre Cívica que simboliza la unión humana. Los antepasados creían mucho en estos dos aspectos de la vida. No podían pensar en una convivencia humana noble y alegre sin la presencia de Dios y sin la paz y la comunión operativa entre los ciudadanos.
La Pira fue para mí, una fuente de gran inspiración, seguí su pensamiento y luego tuve la oportunidad de conocerlo y escucharlo personalmente. Mi pueblo natal no está lejos de Florencia y él salió a visitar los municipios más cercanos, así que el mío también, a pesar de ser nell’Umbría. Fue un gran político, uno de los fundadores de la República Italiana tras el fin del Reino de Italia (1946). La Constitución de la República, de la que fue uno de los inspiradores y redactores, contiene los principios fundamentales para una convivencia social pacífica y justa, fuertemente inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia.
Un ejemplo llamativo del compromiso concreto de La Pira con la justicia es cuando en 1948, frente a miles de personas sin hogar, expropió por ley, una casa de aquellos que tenían dos o más, para asegurar un techo para aquellos que la habían perdido debido a la guerra. Una decisión no formalmente legal según la legislación de la época, pero declaró sin rodeos que estaba dispuesto a ir a la cárcel si ese gesto merecía sanciones, porque lo había decidido por justicia, por verdad, por misericordia.
La actividad de La Pira no tuvo lugar sólo en Occidente, en Florencia o en Italia. Como un verdadero pionero, emprendió viajes de paz para una nueva apertura al mundo. Fue a Moscú, Pecchino y Hanoi, que eran las ciudades simbólicas del mundo comunista, para un acercamiento, para buscar el diálogo, para crear puentes, que favorecieran el entendimiento, la amistad y una paz mundial global.
En mi vida misionera en África, especialmente en Kenia, he cultivado muchas relaciones con los políticos, inspirado por La Pira, he fundado un Grupo de Políticos de Legisladores Católicos para ayudarlos e iluminarlos con mi solidaridad, amistad y con mi compromiso con la difusión del Magisterio Social de la Iglesia, para que se conviertan en políticos dignos de ese nombre, artigianos de la paz, de la reconciliación, del bienestar justo para todos, ya que nadie en la sociedad debe quedarse atrás, ni deben existir «los últimos».
El 4 de noviembre de 1974, en Florencia, en la Iglesia de la Santísima Annunziata, fui invitado a una discusión pública con La Pira y otros interlocutores. Estuve en Pódium con él porque me pidieron que hiciera una intervención. Lo hice como Misionero: sobre Política y Transformación Social. Al final, despidiéndose, Giorgio La Pira me dijo: «Francesco, estamos cerca, nos entendemos sobre la marcha. Veo en ti una continuación mía. Ahora soy viejo y es necesario que ustedes, jóvenes, continúen por este camino que hemos comenzado. Te acompañaré con mis oraciones». (Él murió en 1977). Me sentí investido para la misión social que La Pira me había asignado. Desde entonces he estado con su intercesión por unir en mi vida y en mi enseñanza, la fe que conduce a la Transformación Social que también puede considerarse el nuevo nombre de la «misión». No ‘evangelización’ que todo dice y no dice nada, no ‘desarrollo’ que ha llevado la explotación hasta el amargo final, no ‘justicia y paz’ sin cambios en la sociedad, sino que es: «Transformación Social«, Evangelio, verdad, paz, justicia, solidaridad, misericordia, que da fruto en una verdadera fraternidad y sororidad.