São Paulo es el epicentro brasileño de la pandemia de Covid-19; el distrito de Sapopemba, en la periferia de la Zona Este, sufrió el mayor número de muertes en la ciudad. Aquí operan los Misioneros Combonianos, el Centro de Derechos Humanos de Sapopemba “Pablo Gonzáles Ollala” (CDHS) y el Centro de Defensa de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia “Mônica Paião Trevisan” (CEDECA).
“Sapopemba es una región de dificultades y esperanzas”, comenta Chiquinho, presidente del CDHS. Un territorio marcado por muchas formas de violencia, incluida la violencia policial. Sueli, del CEDECA, responde: “El hambre y el desempleo están creciendo en el barrio; debido a la pandemia, los recortes y el tope de gasto en políticas públicas del gobierno federal, sin el apoyo estatal y municipal, se espera que aumente la miseria”.
La Parroquia y los Centros de Defensa están realizando una intensa labor de recogida y distribución de alimentos, aunque, tras los primeros meses de emergencia, lamentablemente ahora el caudal está disminuyendo.
A pesar de tanto dolor y pérdida, la pandemia abrió nuevas perspectivas para la acción social en las periferias. La intuición de las entidades que trabajaban en estos barrios fue integrar a los más diversos sectores y enfocarse en acciones concretas y urgentes.
La Brigada Sapopemba por la Vida es un ejemplo de ello: combina la acción conjunta de los movimientos locales con los servicios públicos y los gestores de la región. Une a personas que trabajan con salud, educación, hambre, vivienda, raza, género. A través de reuniones en línea y presenciales, construye puentes entre las generaciones mayores y las jóvenes.
Las propuestas de educación pública en tiempos de pandemia son precarias: no todo el mundo tiene acceso a internet y la educación a distancia es aún más prejuiciada para los niños y adolescentes de la periferia, que no cuentan con estructuras adecuadas, ni mediadores en su proceso educativo. Aun así, continúa la labor de educación popular, con foco en los derechos de la población.
La participación activa frecuentemente ha sido negada a la población, que se necesita buscar con siempre nuevas formas de invitar, involucrar, motivar: “¡No se trata solo de abrir la puerta, sino de invitar a entrar!”, concluye Raifa, joven educador popular del CEDECA.
“La Iglesia tiene un papel fundamental en estos procesos”, comenta el P. José Luís, pues “motiva el valor del encuentro y la mística de la participación, especialmente a través del compromiso social pastoral y ministerial”.
Aun así, su impacto en el compromiso de la comunidad con el bien común parece estar disminuyendo. Por el contrario, aumentan las actitudes individualistas, arrogantes y racistas.
A menudo, la religión, en lugar de ser un camino de transformación y liberación social, consolida posiciones conservadoras, egoístas y excluyentes.
La membresía en una iglesia representa una oportunidad de seguridad y protección inmediatas para las personas, en tiempos de supervivencia. Así, en lugar de promover vida plena para todos y entender la política como un proceso democrático para la promoción del Reino de Dios, también las iglesias buscan patrocinios, protectores poderosos, beneficios privados, atajos para garantizar los derechos individuales. Muchas iglesias evangélicas o católicas de espiritualidad neopentecostal se han convertido en la cuna del oportunismo político, degenerado en lo que ahora se llama “bolsonarismo”.
Aun así, nunca dejaremos de creer y trabajar para promover las comunidades cristianas como casas de apoyo y comunión, antídoto al individualismo excluyente, núcleos de educación popular permanente, ¡lugar de reflexión colectiva para promover y lograr el bien común! Estamos orgullosos, por ejemplo, de ser parte del Observatorio Popular de la Violencia, un espacio de intercambio latinoamericano entre la Zona Este de São Paulo y realidades de conflicto en Colombia y Nicaragua, con la mirada de los jóvenes como protagonistas de la observación.
Seguimos trabajando en el Centro Comunitario Joilson de Jesus, ofreciendo apoyo cultural a niños y adultos para la formación ciudadana.
Insistimos obstinadamente en las medidas socioeducativas, como alternativas a la represión de la hospitalización y la justicia punitiva.
Entrelazamos conocimientos y prácticas artísticas en el Núcleo de Cultura, en el CEDECA: musicalidad, xilografía, el ritmo de maculelê como raíz del funk, el rescate de las raíces culturales de los migrantes que habitan la periferia, las noches culturales en la favela. Luchar capoeira es un acto político; la cultura es revolucionaria: entrenados para se adaptar al sistema, marcados como personas sin perspectivas, resistimos la homologación que mata. Muchos de nosotros, en la periferia, sufrimos bullying desde la infancia, debido a nuestra cultura rural. Superamos estos prejuicios a través de la cultura y el estudio; hoy, varios de nosotros estamos en la universidad y, en ella, somos capaces de dar voz a la juventud periférica.
¡Seguiremos sudando y creyendo! Reanudaremos la Escuela de Ciudadanía en el barrio; estaremos presentes en las calles donde más la violencia mata; no guardaremos silencio ante el abandono político de las periferias; fortalecer la articulación entre entidades, movimientos e iglesias de influencia política.
Buscaremos defender y proteger a los defensores de los derechos humanos en nuestras comunidades, incluso frente a la violencia policial.
¡Únase a nosotros y nosotras en el compromiso por la vida y el protagonismo de las periferias!