“Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos inter penetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad” (LS 139).

No podemos comprender completamente los impactos ambientales sin un análisis de los contextos humanos y sociales, y especialmente del sistema económico. De hecho, un sistema económico que necesita un crecimiento constante para sostenerse solo puede extraer valor de la naturaleza y del trabajo humano para acumularlo. Maximizar las ganancias está por encima de las necesidades de las personas, la dignidad humana y el equilibrio de los ecosistemas naturales. Todo esto es insostenible, tanto desde el punto de vista ambiental, humano y social.

Cualquier daño a la solidaridad y la amistad cívica causa daño ambiental. Aquí vemos la importancia del llamado «capital social», es decir, las instituciones, la sociedad civil, los grupos sociales y el bien común, para la ecología. Por el contrario, una vida social positiva, fraterna y solidaria tiene un impacto virtuoso incluso en ambientes que a primera vista son inhabitables, tejiendo lazos de pertenencia y convivencia, y promoviendo auténticas experiencias comunitarias. De esta manera, cualquier lugar deja de ser un infierno y se convierte en el contexto de una vida digna. (LS 148)

Un enfoque imprudente del patrimonio natural se traduce inevitablemente en amenazas a otros patrimonios humanos, como el histórico, el artístico y el cultural. Y no hace falta decir que la desaparición de una cultura puede ser tan grave como la desaparición de una especie animal o vegetal, y quizás más, así como la imposición de un estilo de vida hegemónico vinculado a un determinado modo de producción -el liberal-capitalista- puede ser tan perjudicial como la alteración de los ecosistemas.

La ecología integral también requiere el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad. Al abordar los problemas ambientales, requiere que se preste atención a las culturas locales, mientras se dialoga honestamente con el conocimiento científico. Es necesario tomar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, respetando constantemente el protagonismo de los actores sociales locales, heraldos de su propia cultura y conocimientos tradicionales. Laudato si’ enfatiza:

“En este sentido, es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores. Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura” (LS 146).

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