Una reflexión del SGM a la luz de los Documentos Capitulares

Una lectura profunda de los Documentos Capitulares revela cómo la misión es el tema recurrente en los cinco sueños de los que nacen las orientaciones que caracterizarán el camino del Instituto en los próximos años. En continuidad con el XVIII Capítulo General, el XIX celebrado el pasado mes de junio renovó la llamada a dejarnos interpelar y desafiar por el cambio de época que estamos viviendo (CA’22, 9. 29-30).

El Capítulo tomó nota una vez más de cómo no sólo la realidad está cambiando radicalmente, sino también cómo el Instituto está pasando por una transición sin precedentes. Las nuevas vocaciones traen mayor internacionalidad y multiculturalidad; la Iglesia está en camino de superación de la autorreferencialidad, del clericalismo y del cierre, y también el Instituto se ha sentido llamado a crecer desde hace mucho tiempo en una espiritualidad que promueve la dimensión fraterna e intercultural. Además, también nosotros estamos viviendo el desafío de la sostenibilidad de la misión, no sólo desde el punto de vista económico, sino también en términos de modelos de presencia y ministerio misionero (AC’22, 10).

Un estilo de misión comboniano

Ante esta compleja situación, el Capítulo ha llevado a cabo un discernimiento que traza el camino del Instituto en los próximos años. Habiendo optado por el método «apreciativo», miramos lo que el Espíritu ya está haciendo en la historia, las invitaciones que nos está haciendo en diferentes partes del mundo, lo que estamos aprendiendo a través de la experiencia del Resucitado en nuestra vida misionera. Los cinco sueños que caracterizan los Documentos Capitulares están interconectados y muestran el salto cualitativo al que estamos llamados como misioneros, comunidades, circunscripciones e Institutos. Como muestra la guía de implementación del Capítulo XIX, las directrices y compromisos asumidos por el Capítulo – en relación con los cinco sueños – requieren responsabilidad y contribución en cada uno de estos cuatro niveles.

Crecer hacia la realización de estos sueños significa crecer en fidelidad a nuestra vocación misionera comboniana en un mundo que está cambiando rápida y radicalmente. Y también significa dar un salto cualitativo para responder a los desafíos de la misión de hoy. En esta reflexión, nos detenemos sólo en tres aspectos que contribuirán a este salto cualitativo al servicio de la evangelización, a saber, la espiritualidad, la vida comunitaria y la ministerialidad al servicio de la recualificación. Estos elementos nos ayudan a crecer y a llevar a cabo cada vez más un estilo de misión comboniana.

1. Enraizados en Cristo con Comboni

La espiritualidad es el primer elemento sobre el cual construir caminos de evangelización que respondan a los nuevos desafíos con sensibilidad comboniana. El punto central de todo esto será el arraigo en Cristo («mantener siempre nuestros ojos fijos en Jesucristo» – Escritos 2721), como también subrayó el Papa Francisco en el encuentro con los capitulares:

La misión depende totalmente de la unión con Cristo y del poder del Espíritu Santo. (…) Podemos hacer muchas cosas: iniciativas, programas, campañas… muchas cosas; pero si no estamos en Él, y si su Espíritu no pasa a través de nosotros, todo lo que hacemos no es nada a sus ojos, es decir, no vale nada para el Reino de Dios.

En cambio, si somos como sarmientos bien unidos a la vid, la savia del Espíritu pasa de Cristo en nosotros y todo lo que hacemos da fruto, porque no es nuestro trabajo, sino que es el amor de Cristo que actúa a través de nosotros. (…)

El misionero es un discípulo que está tan unido a su Maestro y Señor que sus manos, su mente, su corazón son «canales» del amor de Cristo. El misionero es esto, no es uno que hace proselitismo. (…) Por eso algunos misioneros como Daniel Comboni… vivieron su misión sintiéndose animados e «impulsados» por el Corazón de Cristo, es decir, por el amor de Cristo. Y este impulso les permitió ir más allá: no solo más allá de los límites geográficos y fronteras, ante todo, más allá de sus límites personales. Este es un lema que para ustedes deben «hacer ruido» en su corazón: ir más allá, ir más allá, ir más allá, siempre mirando al horizonte, porque siempre hay un horizonte, para ir más allá. El impulso del Espíritu Santo es el que nos hace salir de nosotros mismos, de nuestros cierres, de nuestra autorreferencialidad, y nos hace ir hacia los demás, hacia las periferias, donde la sed del Evangelio es mayor. (…) ¡Vayan, vayan, vyan! Id al horizonte y que el Señor os acompañe.

Ante los desafíos del cambio de época que estamos atravesando, el Papa Francisco nos invitó a «ir más allá«,1 emprendiendo caminos de conversión y discernimiento.

El Capítulo aceptó esta invitación y dio pautas para desarrollar nuestras raíces en Jesús y en los sentimientos de su Corazón para anunciar la Palabra a los pobres (CA ’22:13). En la base de la recualificación de nuestro servicio misionero está el deseo de crecer espiritualmente como discípulos misioneros unidos en la pasión de Jesús (Cfr. «misterio de la Cruz», RL 4), que experimentan a Dios, lo desarrollan y lo cultivan para ser sus testigos en la misión (CA ‘22,21). Como el Papa Francisco recordó a los capitulares,

El rasgo esencial del Corazón de Cristo es la misericordia, la compasión y la ternura. Esto no hay que olvidarlo: este es el estilo de Dios, ya del Antiguo Testamento. Cercanía, compasión, ternura. (…) Y por eso creo que estáis llamados a llevar este testimonio del «estilo de Dios» –cercanía, compasión, ternura– a vuestra misión, donde estáis y donde el Espíritu os guiará. La misericordia y la ternura es un lenguaje universal que no conoce límites. Pero ustedes toman este mensaje no tanto como misioneros individuales, sino como una comunidad, y esto implica que no sólo el estilo personal sino también el estilo comunitario debe ser cuidado.

Animados por el fuego del Espíritu, queremos poner en el centro de nuestras vidas el sueño del Reino, que proclamamos como comunidad (CA ‘22,15). Sentimos solidaridad e inspiración por los hermanos que, fieles a la misión, trabajan como «piedras ocultas» en contextos muy difíciles y violentos (CA ’22, 9). Sentimos la llamada a renovar nuestra entrega total a Jesús y a la Missio Dei, reafirmando la importancia de los aspectos de missio ad extra y ad vitam. Esto se encuentra, a nivel de directrices y compromisos, en el mandato para la revisión de la formación.

2. Identidad comboniana y vida comunitaria

Un segundo aspecto fundamental es un renovado sentido de identidad y vida comunitaria. La internacionalidad y el pluralismo cultural crecen en el Instituto, mientras que la Iglesia nos invita a la sinodalidad, a caminar juntos. Sentimos el desafío de superar actitudes y prácticas individualistas, para llegar a un estilo misionero propio del cenáculo de los apóstoles: comunidades interculturales, viviendo en fraternidad orante, donde nos cuidamos unos a otros (CA ’22, 16), reconociendo los dones, acogiendo la fragilidad y respetando los ritmos de vida de cada cohermano (CA ’22, 17). Desde el punto de vista estructural, queremos comprometernos a tener comunidades de al menos 3-4 miembros, con dinámicas formales e informales de compartir y discernimiento comunitario, y a asegurar su animación a través del servicio del superior de la comunidad.

Queremos ser una fraternidad que sea en sí misma un testimonio evangélico, un testimonio de la convivencia de la diversidad, un signo profético de una nueva humanidad (AC’22:18), en un mundo desgarrado por divisiones, conflictos, polarizaciones y violencia. De hecho, vemos la cultura del otro como una oportunidad, un lugar teológico, para enriquecer nuestra comprensión de Dios, la misión y el carisma. Por esta razón, también hemos decidido encontrar momentos y medios para un diálogo intercultural y espiritual para compartir y profundizar la riqueza de nuestro carisma comboniano, valorizarlo y vivirlo para transmitirlo a las generaciones futuras y a la Iglesia.

La comunión de este cenáculo se extiende más allá de la comunidad misma, a través del estilo de acogida, diálogo y colaboración. Arraigadas en el territorio, las comunidades – abiertas, sobrias, hospitalarias – viven la misión como fruto de un discernimiento para evangelizar como comunidad en comunión con la Iglesia local (CA ’22, 19).

Este sexenio también estará marcado por el camino sinodal trazado por el Papa Francisco, a través de nuestra participación en los caminos sinodales locales. Por lo tanto, la recualificación también implica escuchar los desafíos que deben afrontarse juntos, con una comparación constante en vista de las opciones compartidas sobre los procesos comunes que deben emprenderse. Esto es necesario para responder proféticamente a los desafíos de nuestro tiempo con el estilo de participación, comunión y el estado permanente de misión de la Iglesia (AC’22,20).

3. La ministerialidad al servicio de la recualificación

El discernimiento del Capítulo sobre el servicio misionero del Instituto reconoció la importancia de los criterios ad gentes y ad pauperes (CA ’22, 29). Estos son criterios que el Capítulo ha releído a la luz de los signos de los tiempos y de las invitaciones del Espíritu. Ante la realidad de la fragmentación y la amplitud de los compromisos, más allá de las fortalezas actuales y probablemente futuras del Instituto, se sintió la necesidad de un mayor enfoque. Sin embargo, el camino para llegar allí debe ser inclusivo, a través de caminos participativos, para llegar a una convergencia en la que las diferentes sensibilidades y perspectivas puedan reconocerse entre sí sin aplanarse ni cancelarse entre sí.

a. Criterio ad gentes

De hecho, durante mucho tiempo ha habido un sólido consenso sobre las prioridades continentales (cf. AC ’15, 45.3). Si los consideramos de acuerdo con el criterio ad gentes, es decir, los grupos humanos prioritarios con los que nos comprometemos, nos damos cuenta de que ya hay un enfoque suficiente a nivel continental. El Capítulo reafirmó como piedra angular de la recalificación ministerial de nuestra misión el desarrollo de una pastoral específica con grupos humanos prioritarios (CA ’22, 31).

La reflexión del XVIII Capítulo General, confrontando los temas del EG, 2 ya había puesto de relieve cuán a menudo estamos presentes en las fronteras, en las periferias humanas y existenciales. Sin embargo, nuestra respuesta pastoral tiende a ser genérica, proponiendo una pastoral ordinaria que tiene poca relación con las situaciones y culturas particulares de los grupos humanos marginados con los que trabajamos. Además, observamos que la integración de los diferentes ministerios y la forma de vida y la misión siguen siendo un desafío. En respuesta a todo esto, los dos últimos capítulos han indicado el camino de la pastoral específica, en relación con las prioridades continentales, como una oportunidad para una recualificación de nuestras presencias misioneras.

Considerando nuestra identidad como Instituto misionero ad gentes, pensar en una pastoral específica a partir de grupos humanos marginados y excluidos es una fuente de gran inspiración, ya que está en línea tanto con nuestra tradición misionera como con el nuevo modelo de misión propuesto por EG.

Una pastoral específica incluye varios aspectos, por ejemplo:

= Inserción: aquí entra en juego la inmersión en la lengua, la cultura y la espiritualidad del pueblo; su historia, sus luchas, haciendo causa común con el pueblo. Pero también nuestro estilo de vida y nuestras estructuras, que condicionan nuestra relación con la gente y las comunidades locales.

El Capítulo indicó el camino de un estilo de misión más insertado en la realidad de los pueblos que acompañamos hacia el Reino, con estilos de vida y estructuras más simples y comunidades misioneras interculturales que dan testimonio de fraternidad, comunión y amistad social; así como un compromiso al servicio de las iglesias locales involucrándose en pastorales específicas, colaboraciones ministeriales y caminos compartidos (CA ’22, 28).

= Orientaciones pastorales: son fruto de un discernimiento sinodal, con la Iglesia local, para responder a las necesidades existenciales de las personas, a las grandes preguntas de la vida, a su búsqueda de la vida en plenitud. El Capítulo ha dado el mandato de iniciar procesos participativos para acompañar el desarrollo de la pastoral específica a nivel continental y contextualizarlos en el diálogo y la colaboración con las iglesias locales, trabajando también en red con movimientos populares y agrupaciones de la sociedad civil (CA ’22, 31).

Las situaciones particulares, las alegrías y los sufrimientos de las personas, los acontecimientos que impactan en sus vidas, son todos puntos de partida para el anuncio y para el encuentro personal y comunitario con el Resucitado. La pastoral específica tiene en cuenta todas estas situaciones, que caracterizan la experiencia de un determinado grupo humano, y busca facilitar un diálogo transformador entre la cultura, las experiencias de vida y el Evangelio, así como discernir formas apropiadas y contextuales de expresar la experiencia de la fe, de la vida según el Evangelio.

Se trata de establecer un «diálogo profético», apreciando, por una parte, las luces presentes en la historia, en la cultura, en el «genio» de los diversos grupos humanos y las semillas de la Palabra; por otro, denunciando posibles sombras, situaciones de muerte, injusticias y estructuras de pecado, y proclamando la alternativa del Reino de Dios. En particular, el Capítulo ha dado el mandato de participar en el diálogo interreligioso y con las culturas locales, por ejemplo, con el islam, las religiones tradicionales africanas, las religiones indígenas y afrodescendientes (CA ’22, 31.7 – 31.8).

= Colaboración ministerial: una pastoral específica que se centra en un grupo humano supera las dicotomías (por ejemplo, pastoral vs social) y la fragmentación (por ejemplo, sectorialización) de los ministerios, todavía extendidas en nuestras experiencias. Los diferentes ministerios, por otro lado, están vinculados entre sí, llevan a cabo una visión compartida y construyen sinergias. Valoran a todos los agentes pastorales, crean comunión y colaboración. En este espíritu, el Capítulo dio indicaciones concretas para promover el diálogo, la colaboración y el intercambio de personal en y entre circunscripciones con vistas al desarrollo de una pastoral específica (AC’22, 31).

Así como Comboni soñaba con una obra «católica», también hoy estamos invitados a tratar de unir todas las fuerzas eclesiales y sociales para la regeneración de los pueblos y grupos humanos con ellos mismos (CA ‘22,33). En particular, el Capítulo subrayó la importancia de la colaboración con la Familia Comboniana, con los organismos eclesiales (como AEFJN, VIVAT, CLAR, REPAM, REBAC, etc.) y con los movimientos populares. Puso especial énfasis en la formación ministerial de los laicos, que son en todas partes nuestros compañeros en la evangelización y la transformación social. Además, incluso donde nuestras fuerzas están siendo eclipsadas, es posible recalificar nuestra presencia a través de asociaciones con otras fuerzas eclesiales y sociales, en las que siempre podemos contribuir con un auténtico testimonio evangélico…

= Sinodalidad: hoy estamos llamados a vivir la colaboración ministerial en el contexto de la sinodalidad en la Iglesia. En particular, el Capítulo ha decidido emprender con convicción el camino sinodal trazado por el Papa Francisco a través de nuestra participación en los caminos sinodales locales (AC’22, 20).

Además, el desarrollo de una pastoral específica es fruto de un camino en la Iglesia local y, al mismo tiempo, con la Iglesia universal. Esta dinámica ya está presente en varias áreas. Por ejemplo, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral – Sección de Migrantes y Refugiados – ha desarrollado directrices pastorales en colaboración con agentes pastorales de todo el mundo (iglesias locales) y a partir de buenas prácticas ministeriales compartidas.

b. Criterio ad pauperes

En su tiempo, Comboni había sabido escuchar el grito de los «más pobres y abandonados». Esta no es una carrera escandalosa para mostrar quién está peor; o un heroísmo incomprendido de aquellos que quieren promover su trabajo, confiando en el sufrimiento de los últimos. Más bien, nos es la respuesta a una llamada que desafía no solo la realidad del sufrimiento, sino también la dimensión estructural de esta realidad, que es el resultado de una injusticia, de estructuras de pecado.

El Papa Francisco, en su magisterio social, ha propuesto una lectura muy lúcida y penetrante de la exclusión y la explotación en el mundo, y de la cultura del despilfarro y la indiferencia que están llevando a la sexta extinción masiva en la historia de nuestro planeta. Laudato si’ ha explicado claramente que no estamos ante una crisis social (sufrimiento y exclusión de los pobres) y una crisis ambiental (cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación y destrucción de ecosistemas); sino que nos enfrentamos a una crisis socioambiental única y compleja (LS 139). Por lo tanto, continúa el Papa Francisco, «las directrices para la solución requieren un enfoque integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y, al mismo tiempo, para cuidar la naturaleza» (LS 139).

La Iglesia está llamada a superar su propio egocentrismo e ir a todas las periferias humanas donde las personas sufren exclusión y experimentan el malestar de la desigualdad económica y el empobrecimiento, la injusticia social y la degradación ambiental. Todas estas situaciones ya no son un aspecto disfuncional del sistema económico, sino una necesidad del propio sistema para acumular ganancias y continuar de acuerdo con su propia lógica y privilegios.

El Capítulo (AC’22, 29) nos ha dado el mandato de dejarnos interpelar por el magisterio del Papa Francisco (EG, LS, FT, QAM) para responder al grito de la Tierra y de los pobres, hombres y mujeres de nuestro tiempo. Nos invita a practicar un análisis social serio para comprender la realidad desde el punto de vista sistémico, también como presupuesto de una reflexión teológica basada en la Palabra y el magisterio de la Iglesia. También nos invita a integrar la dimensión JPIC como una dimensión transversal en todos nuestros ministerios y a ser, en comunión con la Iglesia local, una voz profética que denuncia las injusticias y busca alternativas.

En respuesta a los desafíos del cambio de época que estamos viviendo, a la luz de la Palabra de Dios, el Capítulo ha decidido asumir la ecología integral como un eje fundamental de nuestra misión, que conecta las dimensiones pastoral, litúrgica, formativa, social, económica, política y ambiental (AC’22, 30). En particular, se decidió unirse a la Plataforma de Iniciativas Laudato si’ (PILS)3 en varios niveles y lanzar caminos de acompañamiento para promover la ecología integral en el camino espiritual y formativo.

Conclusión: la importancia de iniciar caminos

La Guía para la implementación del XIX Capítulo General sugiere procesos que se iniciarán en el primer trienio y que se completarán, después de una cuidadosa revisión, en el segundo trienio del mandato de seis años. Estos procesos son clave para la implementación del Capítulo. De hecho, los Documentos Capitulares nos dan directrices y compromisos concretos a realizar en el sexenio para llegar a una recualificación de nuestras presencias y ministerios misioneros. Pero si no diseñamos, iniciamos y acompañamos los caminos de implementación de estas directrices y compromisos, el documento del capítulo seguirá siendo letra muerta.

El primer año del sexenio es, por lo tanto, fundamental: estamos llamados a definir estos procesos y estructurarlos en los planes sexenales de las circunscripciones, en los caminos continentales y en los proyectos comunitarios. En particular, hay 4 preguntas que cada plan semestral tendrá que responder:

1. ¿Cómo facilitar caminos de conversión y discernimiento para estar cada vez más arraigados en Cristo junto con Comboni?

2. ¿Cómo desarrollar un diálogo intercultural y espiritual para compartir y profundizar la riqueza de nuestro carisma comboniano, valorizarlo y vivirlo, como un cenáculo de apóstoles que evangeliza como comunidad?

3. ¿Qué caminos estamos llamados a iniciar y acompañar para desarrollar una pastoral específica según las prioridades continentales?

4. La conversión a la ecología integral nos ayuda en la recualificación ministerial de nuestros compromisos, ya que requiere vincular los diferentes ministerios en los que estamos comprometidos, nuestro estilo de vida y misión, nuestra inserción y cercanía a los últimos, etc. ¿Cómo podemos facilitar la participación en la Plataforma de Iniciativas Laudato Si’ tanto a nivel comunitario como circunscrito?

Estamos invitados a ser audaces, abiertos, a «ir más allá», a las periferias, donde la sed del Evangelio es mayor, siguiendo las invitaciones que el Espíritu nos está haciendo y caminando en comunión entre nosotros y con la Iglesia.

Roma, 8 de febrero de 2023
Fiesta de Santa Josefina Bakhita

P. Fernando González Galarza

P. Arlindo Ferreira Pinto

Fr Alberto Parise

1El Papa Francisco retomó esta imagen en su comentario a la fiesta de la Epifanía (6.1.2023), celebración misionera por excelencia, con referencia a la figura de los Magos, fuente de inspiración para los misioneros:

Cultos y sabios, estaban fascinados más por lo que no sabían que por lo que ya sabían. Abiertos a lo que no sabían. Se sentían llamados a ir más lejos, no se sentían felices quedándose allí: no, llamados a ir más allá. Y esto también es importante para nosotros: estamos llamados a no estar satisfechos, a buscar al Señor saliendo de nuestras comodidades, caminando hacia Él con los demás, sumergiéndonos en la realidad. https://www.vatican.va/content/francesco/it/angelus/2023/documents/20230106-angelus.html

2El EG ofrece cuatro criterios que guían el discernimiento del ministerio misionero:

a. Llegar a las periferias, a los empobrecidos, a los marginados, a los excluidos. Entre otras cosas, esto está en continuidad con el carisma comboniano de hacer causa común.

b. Dar testimonio del kerigma, la comunicación del Evangelio, que tiene que ver con «el encuentro con un acontecimiento, una persona, que da a la vida un nuevo horizonte y una dirección decisiva» (EG 7). La comunicación también significa que el evangelio no es simplemente un proceso unidireccional, sino un proceso en el que el oyente interactúa.

c. Profecía tanto como denuncia del mal en la sociedad (economía de exclusión, nueva idolatría del dinero, sistema financiero que domina en lugar de servir, desigualdad que genera violencia, deterioro acelerado de las raíces culturales, proceso de secularización que tiende a reducir la fe y la Iglesia a la esfera de lo privado y personal) y como propuesta para la construcción de alternativas que conduzcan a sociedades más justas y fraternas (escuchando el grito de los pobres y luchando por su liberación y promoción, permitiéndoles formar parte plenamente de la sociedad, trabajando para eliminar las causas estructurales de la pobreza y promoviendo el desarrollo integral de los pobres, así como pequeños actos diarios de solidaridad para satisfacer las necesidades reales que encontramos).

d. Evangelización de las culturas e inculturación del Evangelio: aquí el desafío es asegurar que la presencia misionera responda a los deseos profundos del corazón de las personas. En palabras del documento de la Comisión Internacional «Fe e inculturación», la inculturación del Evangelio implica que el «Evangelio puede penetrar en el alma de las culturas vivas, responder a sus más altas expectativas».

3El PILS es un proceso de siete años para una conversión ecológica y una transición a la ecología integral que involucra a todo el mundo católico. (cf. https://piattaformadiiniziativelaudatosi.org/)

Artículo anteriorEL COMPROMISO CRISTIANO POR LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ
Artículo siguienteFamilia Comboniana de América: Retiros en el espíritu de la ecología integral