Misioneros combonianos invierten en agroecología promovida por el Movimiento

Sin Tierra en Brasil.  

Vivir el Evangelio con radicalidad es un horizonte distante que, sin embargo, atrae y dirige continuamente los pasos, frágiles y llenos de contradicciones, de la vida religiosa.

Poner por escrito nuestros compromisos y desafíos nos ayuda y anima a ser fieles en esta misión.

Una conversión profunda y urgente

“Evangelizar es hacer presente el Reino de Dios en el mundo” (Evangelii Gaudium, n. 176). Una de las realidades donde esta misión se vuelve más ardua y urgente es el ámbito de la economía. En el mundo actual, la concentración de ingresos ha alcanzado niveles obscenos; es una expresión escandalosa de creciente injusticia: un pecado estructural, social y mortal. ¡Ocho personas tienen la misma riqueza que la mitad más pobre del mundo!

El problema no es la falta de recursos financieros, sino su apropiación por parte de las corporaciones que los utilizan para especular en lugar de invertir: hoy, más que nunca, la inversión financiera rinde más que la inversión productiva.

El Concilio Vaticano II (en BrasilGS 63) llamó a las comunidades cristianas a actuar en la vida económica y social, dando prioridad a la dignidad y vocación integral de la persona humana y al bien de toda la sociedad.

El Papa Francisco, en su más reciente mensaje a los movimientos sociales, dijo explícitamente que «es hora de detener la locomotora que nos lleva al abismo».

La iniciativa “Economía de Francisco y Clara”, especialmente dirigida a los jóvenes, con un enfoque en los nuevos modelos de vida y sociedad, asume un enorme desafío con el Papa: “realmar la economía”.

Eso comprende al menos dos grandes líneas de actuación: orientar la economía al servicio de la vida y no del lucro; alejarlo de todos los procesos de muerte que están destruyendo la Creación.

El Papa Francisco lo pidió con humildad y firmeza, en el mismo discurso a los movimientos sociales: “Quiero pedir en nombre de Dios a las grandes empresas extractivas – mineras, petroleras, forestales, inmobiliarias, agroindustriales – que dejen de destruir bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar ríos y mares, dejen de envenenar a las personas y los alimentos”.

Tocando las heridas de los pobres y la tierra

En nuestra pequeña experiencia misionera en Brasil, escuchamos cada vez más el grito de los pobres y de la Tierra, especialmente en el compromiso pastoral socioambiental.

Contribuimos, junto con REPAM, a la definición de “pecado ecológico”, cuya mejor formulación se logró durante el Sínodo de la Amazonía: “un pecado contra las generaciones futuras”, una “transgresión contra los principios de interdependencia”, una “ruptura de redes de solidaridad entre criaturas”.

Algunos de nosotros actuamos contra las violaciones causadas por la extracción depredadora de grandes corporaciones mineras (cf. la red Justiça nos Trilhos), o sufrimos junto con las comunidades los impactos de la minería ilegal de oro. Otros actúan con compromiso en defensa de los pueblos y sus territorios, junto con el Consejo Indigenista Misionero (CIMI) o la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT).

Creemos, en profunda armonía con el Papa Francisco, que la vida plena evocada por el Evangelio de San Juan (10, 10) comienza con el derecho a la tierra, el hogar y el trabajo para todas las personas.

Una propuesta y nuestra adhesión

En la profunda crisis sanitaria y económica que atravesamos, la inseguridad alimentaria ha vuelto a atormentar a Brasil. Cerca de 20 millones de personas están en la pobreza y en riesgo de desnutrición: ¡es el anti-Reino, una blasfemia que hiere el corazón de Dios! Es la prueba más dura de lo que el Papa ha dicho una y otra vez: “¡Esta economía mata!”.

Sin embargo, existen experiencias de compartir y esperanzas que abren brechas de luz, como la solidaridad de las comunidades de las periferias urbanas, o la resistencia de los pueblos indígenas.

El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), el mayor movimiento social del mundo, realizó acciones de solidaridad en varios estados del país: sólo en los primeros 6 meses de la pandemia, donó 3.400 toneladas de alimentos e iniciaron quince huertos comunitarios en los campamentos para fortalecer las donaciones.

Durante más de treinta años, el Movimiento ha trabajado con cooperativas para la producción y comercialización rural de productos agrícolas. Hoy en día, hay 160 cooperativas y más de 1.000 asociaciones, incluidas 450.000 familias en 24 estados de la federación.

Recientemente, el MST buscó recaudar 17,5 millones de reales (cerca de 3,2 millones de dólares) mediante la emisión de un Certificado de Cuentas por Cobrar de Agronegocios (CRA), una especie de bono de renta fija que se utiliza para financiar a productores o cooperativas agrícolas, que está respaldado por la economía real. El propósito es financiar la producción, mayoritariamente orgánica, de arroz, maíz, leche, soja, jugo de uva y panela de siete cooperativas.

La práctica agroecológica del Movimiento y el apoyo a la agricultura familiar son perspectivas de economías circulares, colaborativas y sostenibles en las que, a nuestro juicio, tiene sentido apostar.

Por estas razones, basados ​​en nuestra práctica pastoral, en el Evangelio en el que creemos y en el grito que escuchamos continuamente, los Misioneros Combonianos en Brasil también hemos decidido entrar en este financiamiento y destinar parte de nuestros fondos a esta inversión.

Significado y perspectivas

Esta adhesión es un primer paso que nos ayuda a reconocer hasta dónde nos falta llegar para “realmar la economía” a partir de nuestras propias prácticas.

Somos parte de una articulación ecuménica continental, la “Red Iglesias y Minería”, que está impulsando estudios, discernimiento y compromisos frente a la economía rehén del extractivismo depredador y devastador.

Las inversiones de las iglesias pueden contribuir a alimentar o debilitar las economías de la muerte; la Campaña de Desinversión en Minería es una herramienta para sensibilizar a la vida religiosa y la opinión pública sobre las violaciones al negocio minero y el potencial simbólico y profético de un distanciamiento ético de estas corporaciones.

El siguiente paso de nuestro compromiso será profundizar el control de nuestras inversiones y, posiblemente, orientarlas aún más hacia actividades productivas coherentes con nuestros valores. En esto, nos sumamos a las recientes iniciativas tomadas, en este mismo sentido, por los Misioneros Claretianos y Verbitas, así como a la propuesta de la “Revolución Laudato Si” lanzada por los Franciscanos y Jesuitas, y también con el “Plan de Acción Laudato Si” coordenado por el Dicasterio de Desarrollo Humano Integral del Vaticano.

¡El camino es todavía largo, pero es evidente un progresivo despertar de la Vida Religiosa al paradigma de la Ecología Integral y la Economía de Francisco y Clara!

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