La encíclica Fratelli Tutti resuena con frescura y dinamismo en la vida religiosa y en particular, su invitación a soñar una humanidad unida y fraterna es sin duda un elemento fundamental de su dimensión profética. Francisco insiste en la urgencia de aviar procesos que rompan con estructuras que descartan y creen espacios de inclusión, respeto y dignidad. Para los Hermanos combonianos este texto es un instrumento muy valioso e inspirador que nos interpela a leer nuestro carisma desde la clave de la fraternidad y descubrir como se ha desarrollado en sólida nuestra tradición al servicio de la misión. Además, nos ayuda a proyectar nuestra labor a partir de este momento histórico único.
En el primer capítulo, titulado, “las sombras de un mundo cerrado”, el Papa hace un elenco de las dinámicas que generan exclusión creando divisiones a beneficio de unos pocos. El tejido comunitario se desintegra en la creciente cultura de la indiferencia hacia los más desfavorecidos y esto se ve reflejado en políticas económicas que buscan el enriquecimiento rápido y personal más que el bien común. Es precisamente en este contexto donde encontramos nuevos espacios de acción misionera por parte de los Hermanos como reconstructores de relaciones y promoción de espacios de crecimiento humano y comunitario. A partir de la encíclica se pueden subrayar tres pistas desde las que seguir profundizando la especificad de la vocación del Hermano.
Constructor de un nosotros
El Hermano, por su condición laical, está estrechamente vinculado al Pueblo de Dios con el que camina desarrollando un ministerio de carácter predominantemente social. Esto le permite adentrarse en areópagos culturales y sociales que superan los confines de la Iglesia. Francisco dedica un capítulo a la amistad social donde insta a construir en común abriendo espacios de diálogo que partan de la realidad de la persona en su identidad única. El ser con la gente es una característica del Hermano que se vive a partir de un servicio concreto. Esto le ayuda a conocer, respetar y potenciar los dones de cada uno. El servicio en la educación, el trabajo, el acompañamiento de grupos, visita a los enfermos, entre otros, son la cristalización de una presencia fraterna que permite caminar desde la realidad concreta. Vivimos tiempos marcados por continuos choques culturales, en este contexto la vida comunitaria intercultural e internacional resplandece como un signo de los valores de la fraternidad vivida desde el Evangelio.
En camino con los últimos
La reconstrucción social tiene que partir de los excluidos. Francisco nos recuerda que el actual sistema económico ofrece una falsa sensación de que todo va a mejor, pero esconde una tremenda desigualdad. A lo largo de 150 años nuestro Instituto ha sabido captar con coraje el grito de los pobres y los Hermanos se han involucrado en diversos ministerios dependiendo del contexto en el que se encontraban. Es interesante notar como la internacionalidad y variedad de destinos ha ofrecido un transvase de experiencias que ha demostrado ser muy rico. Por ejemplo, Hermanos que han trabajado en América y África han sabido enriquecer sus servicios específicos con nuevas ideas e intuiciones. Hoy aparecen nuevos horizontes de misión y la pobreza va cambiando de forma. La vocación de Hermano está especialmente marcada por este sentido de saber escuchar las nuevas urgencias que van apareciendo a partir de una atenta lectura de la realidad, para la cual necesitamos siempre nuevos instrumentos metodológicos. “Los más pobres y abandonados” puede fácilmente caer en un simple slogan. Con el paso del tiempo el carisma se institucionaliza y profesionaliza, con el consiguiente peligro de perder la frescura inicial sellada por el fundador. Por eso, el ser Hermano nos empuja a estar en continua peregrinación en escucha profética de los excluidos.
Signos de esperanza
Francisco se hace también eco de tantas semillas de esperanza que Dios va dejando por el camino. Es preciso reconocer la profunda aspiración del ser humano hacia una vida en plenitud. La presencia del Hermano en medio de un pueblo, compartiendo sus dificultades, aspiraciones y sueños es un valioso signo en sí mismo. Esto lo hemos testimoniado de forma muy concreta en contextos de guerra o violencia sistémica. La perseverancia en el servicio solo puede estar sustentada en una sólida espiritualidad basada en la confianza de que Dios se hace carne en la historia.
En camino con el samaritano
Como conclusión a estas tres pistas habría que añadir el icono del buen samaritano, al que el Papa dedica el capítulo segundo de la Fratelli Tutti. Esta imagen nos ayuda a profundizar en la identidad del Hermano, tantas veces poco gratificante o desconocida en ámbitos eclesiales y expuesta a la tentación del protagonismo, clericalismo, espiritualismo, profesionalismo o secularismo. El buen samaritano nos recuerda la centralidad de la espiritualidad del servicio gratuito, capaz de crear relaciones fraternas e inventar vías alternativas, dejarse complicar la vida por el extranjero herido en el camino.