Ojalá que el cielo lo permita, que al final no habrá más «otros», sino un solo «nosotros». (FT 35)
Vivimos en una época en la cual millones de hombres, mujeres y niños viven en medio de graves crisis humanitarias. Condiciones sociales, políticas y ambientales que amenazan sus vidas. Todo parece tan absurdo porque, en este mundo globalizado, mientras asistimos a una creciente apertura de fronteras a la dimensión económica (capital, comercio, servicios financieros… ), las restricciones, muros y barreras para el «movimiento» de personas aparecen cada vez más. Un mundo donde el dolor y la muerte de tantas personas está ante nuestros ojos todos los días, donde los derechos humanos son sistemáticamente pisoteados, los mismos derechos que les fueron robados violentamente en sus países de origen.
Si el punto de partida de la encíclica «Fratelli tutti» es reconocer el derecho a no emigrar, es decir, tener las condiciones para permanecer en la propia tierra (129), la migración es también «una clara oportunidad para volver a poner a la persona humana en el centro» (40), reconociendo su dignidad. Es necesario salir del círculo vicioso del individualismo y de un modelo económico excluyente, que empobrece a los pueblos y a los países.
La respuesta pastoral a esta situación debe «asumir nuevas perspectivas y desarrollar nuevas respuestas» (128). «Acoger, proteger, promover e integrar» (129) son acciones fundamentales para planificar un camino pastoral comunitario y en red, con el fin de ser más eficientes y poder alcanzar los objetivos fácilmente, en tiempo y en forma.
Uno de los objetivos que se desprende claramente de la encíclica es dar «respuestas indispensables, especialmente hacia aquellos que huyen de graves crisis humanitarias» (130). «La solidaridad entre los pueblos debe traducirse en acciones concretas que garanticen a todos los seres humanos la ‘plena ciudadanía‘ en este mundo»1 (131). El diálogo y el respeto por las diferentes identidades son ingredientes importantes y fundamentales para una auténtica amistad social. Promover la cultura del encuentro es un paso necesario para superar «una indiferencia cómoda, fría y globalizada» (30).
Algunas líneas de actuación:
- No renunciar al aspecto profético denunciando una política y una economía desviadas que se inclinan hacia intereses partidistas y acuerdos dictados por intereses económicos.
- Ser críticos al describir las causas que obligan a millones de personas a abandonar su país.
- Eliminar el lenguaje racista y prejuiciado que estigmatiza a las personas. A través de la capacitación, eliminar la información controlada y manipulada de las redes sociales y la política.
- Crear y apoyar comunidades acogedoras y solidarias, capaces de vivir la «amistad social«. Pequeñas experiencias de acogida que ofrezcan servicios de asistencia e integración a las personas, acompañamiento en el proceso burocrático, servicios de formación profesional y laboral. (130).
- Superar una cultura del miedo que siempre se combina con una política de cierre.
- Poner al centro la vida de los migrantes, su cultura y espiritualidad. Es en el encuentro donde «se profundiza y enriquece la identidad cultural» (129) generando nuevas formas culturales, sociales, políticas y religiosas que juegan un papel fundamental en situaciones de crisis.
El encuentro del que habla el Papa Francisco no es casual. Es un estilo de vida, un compromiso constante de «buscar puntos de contacto, construir puentes, diseñar algo que involucre a todos. » (216).
1 «Hermanos todos»: ideas para la pastoral de los migrantes. P. Fabio Baggio C.S.