La evangelización, entendida como anuncio del Reino de Dios e invitación a la conversión del corazón, tiene mucho que decir en relación con las situaciones existenciales y planetarias de nuestro tiempo. El anuncio de Cristo resucitado hoy no puede dejar de estar conectado con la necesidad de una reconexión espiritual con la Creación y con el Creador. La experiencia profunda de ser hijas e hijos de Dios, amados, unidos al amor de Cristo por el mundo, no puede dejar de generar nuevas relaciones con la Creación y dentro de la comunidad humana.

Laudato si’ es clara a este respecto:

“El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal” (LS 228).

Las relaciones «correctas», es decir, capaces de generar vida, serán aquellas que en primer lugar cambien el paradigma económico-financiero tan insostenible e injusto como para llevar al Papa Francisco a definirlo como «una economía que mata» (Evangelii Gaudium, 53). Para limitar y detener el cambio climático, la contaminación, la devastación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad, necesitamos un modelo de desarrollo y económico-financiero diferente.

El sistema económico mundial actual, basado en el crecimiento económico «indefinido», es la causa estructural de la insostenibilidad del mundo actual. Está claro que el crecimiento económico «indefinido» es imposible en un mundo de recursos «finitos», pero se sigue persiguiendo un crecimiento ilimitado. Nos enfrentamos al imperativo moral –y a la urgencia práctica– de preguntarnos sobre muchas cosas: ¿cómo producimos? ¿cómo consumimos? ¿qué pasa en nuestra cultura del desperdicio? ¿cómo podemos ampliar el horizonte de nuestras visiones a corto plazo? ¿Es correcto continuar explotando a los pobres con total indiferencia? ¿Cómo juzgamos las crecientes desigualdades en el mundo? ¿Es sensato seguir dependiendo de fuentes de energía nocivas?

Es la hora de empezar a creer que es posible dar vida a una sociedad «post-crecimiento», caracterizada por el «cuidado» y el «buen vivir», radicalmente diferente de la sociedad de consumo actual, drogada por la acumulación de riqueza.

Otro punto importante enfatizado por el Papa Francisco es que una conversión ecológica genera amor civil y político:

“Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas. El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (…).

En este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad” (LS 230-231).

Finalmente, una conversión ecológica significa superar la dinámica de dominación y acumulación consumista en la raíz de los conflictos armados, abrazando una opción de construcción de paz capaz de difundir una cultura de paz. Esto comienza en los corazones de las personas:

“La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta, develada” (LS 225)

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