El XIX Capítulo General expresó un sueño misionero, que perfila la visión de un horizonte hacia el cual moverse y dirigir el camino de los Combonianos (CA ’22, 28):

“Soñamos con un estilo misionero más inserto en la realidad de los pueblos que acompañamos hacia el Reino, capaz de responder al clamor de la Tierra y de los empobrecidos. Un estilo misionero que también se caracteriza por estilos de vida y estructuras más sencillas dentro de comunidades interculturales donde damos testimonio de fraternidad, comunión, amistad social y servicio a las Iglesias locales a través de pastorales específicas, colaboración ministerial y caminos compartidos”.

Carismáticamente, este sueño refleja en hacer causa común con los pueblos excluidos y marginados y, en la conciencia de hoy, en la que percibimos que todo está conectado, de la Tierra que sufre. Aunque en el mundo de hoy el criterio geográfico de la misión ya no es tan decisivo como en el pasado, la dimensión ad gentes sigue siendo central para la misión del Instituto, asumiendo un acento más marcadamente antropológico. He aquí, pues, la invitación a una inserción cada vez mayor en la vida y en la realidad de los pueblos, animados por un profundo sentido de compasión que manifiesta el corazón de Jesús.

Es precisamente el carisma comboniano, por lo tanto, el que nos llama a responder al grito de los pueblos y de la tierra, por caminos de conversión ecológica. En particular, el Capítulo dio una guía (CA ’22, 30) para los próximos 6 años, que nos muestra el camino de la Ecología Integral:

“En respuesta a los desafíos del cambio de época que vivimos, a la luz de la Palabra de Dios, asumimos la Ecología Integral como un eje fundamental de nuestra misión que conecta las dimensiones pastoral, litúrgica, formativa, social, económica, política y ambiental”.

Aquí se enfatizan dos aspectos de la conversión ecológica: el espiritual y el ministerial. En primer lugar, es fruto del discernimiento evangélico, guiado por la Palabra de Dios. No vemos la conversión ecológica como un proyecto humano y, además, aplanado en la dimensión ambiental de la realidad. Pero es el camino de la fe, en respuesta a las invitaciones del Espíritu, de quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica.
Además, es una conversión pastoral hacia un enfoque ministerial que parte de la conciencia de que todo está conectado. Nos invita a superar la fragmentación de nuestros compromisos y servicios, llegando a una pastoral específica dedicada a grupos humanos particulares, especialmente según las prioridades continentales (CA ’22, 31), que conectan las dimensiones pastoral, litúrgica, formativa, social, económica, política y ambiental.

En la exhortación apostólica Ecclesia in Africa, Juan Pablo II declaró:

“La evangelización tiene por objeto «transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (Pablo VI, Exhor. Ap Evangelii nuntiandi). En el Hijo único, y por medio de Él, se renovarán las relaciones de los hombres con Dios, con los demás hombres, con la creación entera. Por eso el anuncio del Evangelio puede contribuir a la transformación interior de todas las personas de buena voluntad que tienen el corazón abierto a la acción del Espíritu Santo.

Esta afirmación subraya que la evangelización es la dinámica fundamental, desde nuestro punto de vista, de la conversión ecológica, una respuesta a los desafíos de época que vivimos hoy. Como iniciativa trinitaria, la evangelización también nos llama a la conversión constante y a avanzar con la Iglesia en un camino de conversión ecológica.

Por esta razón, el Capítulo ha asumido el compromiso de “Adherirse a la Plataforma de Acción Laudato Si’ (PALS) promovida por el dicasterio de la Santa Sede para el Servicio del Desarrollo Humano Integral en los distintos niveles (comunidades, circunscripciones, Instituto)” (DC’22, 30.1).

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