H.no Alberto Degan

El llanto de Jesùs

Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día las cosas que llevan a la paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán… y te estrellarán contra el suelo a tì y a tus hijos… porque no has conocido el tiempo de tu visita.» Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían…” (Lc 19,41-45). Ni el Hijo del Hombre puede impedir – en este dìa – que su pueblo se deje manipular por una cultura y polìtica de muerte, pero – a pesar de todo – no se rinde: su Corazòn llora, y llorando nos indica una pista: buscar conocer las cosas que llevan a la paz, para crear las condiciones que hagan posible un cambio. A travès de su llanto, Jesùs expresa su inconformidad con la cultura dominante y lanza una denuncia: el camino de la paz ha quedado oculto. Los poderosos no quieren que cultivemos aquellas actitudes y aquella praxis que harìa posible la realizaciòn de la paz, no quieren que reconozcamos en Jesùs y en su mensaje no-violento el Prìncipe y los principios de la paz, quieren convencernos de que la paz es sòlo una ridìcula utopìa; asì, si rechazamos el camino que nos indica Cristo, nos espera un futuro de violencia y de muerte: te estrellarán contra el suelo a tí y a tus hijos … Despuès Jesùs entra en acciòn y echa fuera a los comerciantes del Templo, los que creen que las ganancias valen más que la Palabra de Dios y màs que la vida de los hombres.

El discìpulo de Jesùs entra en el llanto de su Maestro:: “Yo lloraba mucho”, dice Juan de Patmos,porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo (Ap 5,4). Juan llora porque no logra leer el libro de la Historia, no logra entender el sentido de tanta violencia; y no logra comprender por què el hombre sigue en el camino de la muerte. “Pero uno de los Ancianos me dice: «No llores; mira, ha triunfado… el Retoño de David; él podrá abrir el libro y sus siete sellos. (Ap 5,5). Al final, serà el espìritu de Jesùs el que triunfarà y abrirà el libro de la Historia: la última palabra sobre el camino de la humanidad no la diràn los poderosos que quieren la guerra, los crucificadores, sino que la dirà el Crucificado y los crucificados, los que comparten el llanto de Jesùs y nos recuerdan las cosas que llevan a la paz.

Pero nosotros, como comunidad cristiana, ¿creemos más en el poder y en la propaganda de los crucificadores o en el llanto y en el camino no-violento del Crucificado? Y ¿cuàl es nuestra actitud hacia el tiempo que estamos viviendo, que es un tiempo de guerra? A este respecto, la Palabra nos indica dos pistas fundamentales.

Estar concientes del tiempo en el que vivimos

La primera es la que nos presenta Pablo en la carta a los Romanos: “Tengan en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de despertarse (Rm 13,11). Tener en cuenta el momento històrico en el que vivimos significa despertarse, o sea, librarnos de aquel aturdimiento que nos hace aceptar como absolutos los criterios de la mentalidad dominante de nuestro mundo.

La palabra que utiliza Pablo para indicar el tiempo es kairòs, que propiamente indica la presencia de Dios en medio de los acontecimientos de nuestra època: el kairòs es el encuentro entre Dios y el hombre, que necesariamente se realiza en el tiempo, en la historia. Para favorecer este encuentro Dios nos invita a fijar nuestra mirada en los “signos de los tiempos”. “El Altìsimo observa… los signos de los tiempos” (Sir 42,18): tambièn Dios quiere estar conciente del tiempo que està viviendo la humanidad, y asì observa y contempla sus signos. Nosotros, sus Hijos e Hijas, tenemos que asumir este misma actitud contemplativa hacia nuestro tiempo: verlo como un lugar sagrado donde podemos encontrarnos con Dios y conocer su voluntad. Tenemos que considerar los signos de los tiempos como la ispiraciòn principal de nuestro compromiso pastoral, social y polìtico. Cuando Jesùs dice que el Reino de Dios està en medio de nosotros (Lc 17,21), està afirmando que Dios actùa aquì y hoy, en nuestro tiempo, llamándonos a afrontar los desafìos de nuestra època junto a Èl.

Ver el tiempo como el espacio en el cual se hace presente Dios implica tambièn ver el tiempo como lugar del hombre y para el hombre. Es el ser humano – con toda la creaciòn – el fin del tiempo: Dios ha creado el tiempo para dar al hombre y a la creaciòn la posibilidad de crecer y alcanzar la vida plena. Hoy en dìa, en cambio, ningún poder – polìtico o econòmico – considera al ser humano y a la creaciòn como un fin, ningún poder está sirviendo a la humanidad, más bien quieren servirse de ella. En este sentido, la guerra – o sea – la destrucción de la humanidad y de la creación – es la negación absoluta del Reino, mientras que la paz, la primera palabra del Resucitado (Jn 20,19) representa el proyecto misionero de Cristo.

Una de las principales cosas de las cuales estamos llamados a tomar conciencia en este momento històrico es que no hay ningún proyecto polìtico global que se preocupe de afrontar los dos grandes desafìos planetarios de hoy: los cambios climàticos y la amenza nuclear. Lamentablemente, como afirma Pepe Mujica, “hemos generado una civilización que no tiene ninguna guía política. La polìtica exterior está subordinada a los intereses del mercado”. Por eso se sigue haciendo la guerra porque, aunque estàn muriendo miles de miles de hombres, mujeres y niños, los comerciantes de armas han cuadruplicado sus ganancias.

Los poderes económicos siguen sus impulsos y su afán de dinero, y no tienen ningún interés y ningún proyecto para la vida de la humanidad y de nuestro Planeta.

Redimir el tiempo

Tener en cuenta todo eso es importante, pero no es suficiente; algunos se dan cuenta de eso, pero despuès huyen a su zona de comfort. Por eso Pablo nos propone una segunda pista para recorrer: “No vivan como imprudentes, sino como prudentes, redimiendo este tiempo, porque los dìas son malos” (Ef 5,15-16). Estos días son malos, dice el Apòstol, o sea, la situación en la cual sufren y mueren millones de personas es mala. Hoy el tiempo es esclavo de una ideologìa que quiere convencernos de que no hay alternativa a este sistema violento e injusto, y así cierra la puerta a toda esperanza. Frente a eso, estamos llamados a redimir nuestro tiempo. Muchas versiones traducen “aprovechar bien el tiempo”, pero en realidad el verbo griego que utiliza Pablo (exagorazo) significa ‘redimir’, ‘liberar de la esclavitud’. Estamos llamados a liberar nuestro tiempo de las cadenas de esta ideologìa diabòlica y belicista, a salvarlo de las polìticas de muerte impuestas por las lobbies financieras e industrial-militares, y a transformarlo en un tiempo de vida, libertad y paz.

Nel 1961, Adlai Stevenson – político nordamericano – afirmó: “No soñamos con un mundo sin conflictos, sino que soñamos con un mundo sin guerra; y eso implica buscar una vìa alternativa para resolver los conflictos”. En un mundo marcado por peleas y disputas, estamos llamados a escuchar la voz de Jesús, a descubrir las cosas que llevan a la paz, a cultivar una espiritualidad y una praxis no-violenta para el manejo de los conflictos. Pocos meses antes de morir, Stevenson dijo: “Cada època necesita de hombres listos para redimir el tiempo, hombres que, con sus vidas, nos ofrezcan una visión del mundo cómo debería ser”. Nuestra misión es formar a personas y comunidades que quieran conocer y vivir las cosas que llevan a la paz, y listas, con la ayuda del Espíritu, a redimir el tiempo.

Volver a dar legitimidad política al compromiso por la paz

Una de las primeras cosas que hay que hacer para redimir el tiempo es redescubrir el sentido pleno de la polìtica que, según san Pablo VI, es “la forma màs alta de caridad”. En efecto, por un lado hay un sistema – el neoliberalismo – que se presenta como el último futuro, come “el fin de la historia”, la meta última del camino de la humanidad, màs allà de la cual no habrà nada nuevo. Por el otro, hay quien teoriza abiertamente “el fin de la paz”, como hace Lucio Caracciolo en la revista italiana “Limes”: ”Los italianos tenemos que cambiar de actitud mental: las tres generaciones italianas que han vivido afortunadamente en paz pertenecen a una excepciòn històrica. Nosotros tendemos a considerar esta guerra en Europa (en Ucrania) como un hecho excepcional. Pero en realidad esta guerra no es una excepciòn, la verdadera excepciòn han sido estos 75 años de paz”. Y asì ahora, concluye Caracciolo, “tenemos que adecuarnos a la realidad que está cambiando”.

Si la historia y la confrontación política ha muerto, si la paz ha desaparecido, lo que queda es un mundo dominado ineluctablemente por la élite del neoliberismo y por la lógica belicista de las lobbies industrial-militares. La idea que este dominio sea ineluctable refuerza aquella “globalizaciòn de la indiferencia” que el papa Francisco ha denunciado en muchas ocasiones.

La indiferencia es lo opuesto de la Historia. ‘Indiferencia’ significa que no hay nada para cambiar porque las cosas van como lo han decidido los poderosos, y serìa absurdo pensar poder modificarlas. Asì, a nivel polìtico y social, ya no tenemos una meta, una esperanza, un sueño de paz y justicia. Màs bien, una polìtica con metas y sueños se la considera como ideologìa; mientras que en realidad la verdadera ideologìa dominante que nos condiciona a todos en su abrazo mortìfero es la del ‘fin de la historia’, de ‘la muerte de los sueños’ y de ‘la desapariciòn de la paz’, una ideologìa que las lobbies financieras han impuesto a las fuerzas polìticas.

¡Y pensar que hace tiempo ni logràbamos imaginar una polìtica sin sueños! Consideràbamos la polìtica como el espacio donde se pueden realizar los sueños de justicia de la gente. Entonces, una de las primeras cosas que hay que hacer para caminar en la vìa de la paz es volver a dar legitimidad polìtica a la meta, al sueño y al compromiso por la paz.

Una comunidad que sueña

Naturalmente, para que se pueda hablar de polìtica, debe haber una comunidad que sueña. La polìtica existe sòlo si hay un sujeto comunitario que sueña y lucha por un mundo màs justo. Por eso, el neliberalismo quiere reducirnos a individuos, a cèlulas aisladas, incapaces de encontrarse para imaginar y construir juntos un futuro distinto. Como decìa hace muchos años Margareth Thatcher, “ya no existe lo que antes llamaban sociedad; ahora sòlo existen individuos y familias”. Despuès de destruir el tejido comunitario, la mayorìa de los individuos sòlo piensan en sus proprios intereses y en los de sus familias. Asì, viviendo en una no-sociedad, en una sociedad hecha trizas, como la llama Baumann, estamos llamados a reconstituirnos como seres comunitarios concientes de tener un futuro comùn.

Conciencia crítica y responsabilidad

En la paràbola del Buen Samaritano, el sacerdote y el levita ven al hombre herido y “toman el otro lado”, porque tienen miedo: los asaltadores podrían estar allí cerca y atacarlos. Pero hay algo más, comenta Jon Sobrino: la verdad es que la idea de volver a darle vida al moribundo no les gusta mucho a los atracadores, porque el moribundo podría denunciarlos.

Así el sacerdote y el levita prefieren no entrometerse en estas cosas, no se sienten responsables de la vida de auqel pobre cristo y “toman el otro lado”. Según Francisco, los atracadores de la parábola representan también aquellos poderosos que, con sus decisiones político-económicas, provocan la marginación y la muerte de tantas personas. Entonces, es evidente que si no nos ponemos abiertamente al lado de las víctimas, aquel pobrecito agonizante al borde del camino morirá, y otros pobres serán atracados después de él. Y todo eso acontecerá por culpa de nuestra indiferencia, el “peso muerto de la historia”, como lo llamaba Gramsci. Sì, nuestra indiferencia es ‘pesada’, en el sentido que tendrà consecuencias devastadoras sobre la vida de aquel pobre moribundo: lo matarà. Al mismo modo, nuestra indiferencia es un peso muerto sobre el futuro de nuestros hijos.

Entonces, entre las cosas que llevan a la paz tenemos que incluir una conciencia crítica que se sienta responsable del presente y del futuro de la humanidad, lista para denunciar todo lo que atenta contra la vida de nuestros hermanos y hermanas, de nuestros hijos e hijas.

La ‘legitimaciòn’ de las armas atòmicas

Naturalmente, esta indiferencia ‘irresponsable’ no es fruto de la casualidad, sino que es ‘hija’ de un diseño polìtico que viene desde lejos. Como afirma Naomi Klein, nosotros somos el producto de un proyecto ideològico que nos ha convencido a aceptar como indiscutible el ‘dogma’ segùn el cual los seres humanos son islas ùnicamente concentradas en su propia gratificaciòn inmediata y en su provecho personal. Es un proyecto que nos ha arrancado de nuestras comunidades, convirtièndonos en personas sin raìces, programadas para vivir en la indiferencia hacia todo lo que les sucede a los demàs. Por ejemplo, pensar que las reglas del mercado y que nuestro interès inmediato valen màs que la vida del planeta y màs que la vida de tantos hermanos nuestros es una ideologìa que se ha impuesto en toda su brutalidad en los ùltimos 40 años.

Juan Pablo II II dà un nombre preciso a esta ideologia: en la Exhortaciòn Apostòlica “Ecclesia in America” denuncia el afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social. (56). A difundir este afàn, afirma el papa, contribuye “el sistema conocido como «neoliberalismo»; sistema que haciendo referencia a una concepción economicista del hombre, considera las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas y los pueblos”(56).

Como afirma Raul Mordenti, según la lógica del mercado, ”una mercancìa, una vez que la produzcan, debe ser consumida, o sea, utilizada, para que la divindad Produciòn/ Consumo pueda seguir con su vida, la ùnica vida que cuenta para este sistema”. Esto vale para cualquier tipo de mercancìa, tambièn para las armas, y tambièn para las armas atòmicas. Por eso, absolutizando la ganancia como paràmetro absoluto, hemos llegado a un punto en el que la guerra atòmica ya no se la excluye en lìnea de principio, y ya ha entrado abiertamente en el debate polìtico pùblico.

Ya se habla abiertamente del posible uso de armas atòmicas ‘tàcticas’, y quieren gradualmentre convencernos a aceptar una ‘guerra atòmica limitada’, mientras deberìamos recordar que “la palabra ‘tàctico’ referida a la bomba atòmica es un miserable eufemismo que sirve para ocultar la terrible verdad de la cosa que indica, ya que estas armas atòmicas, de todas maneras, tienen un poder destructor diez veces superior a la bomba de Hiroshima” (R. Mordenti).

La paz como bien supremo

Asì, mientras en los medios de comunicaciòn del mainstream se habla abiertamente del posible uso de armas atòmicas, la posiciòn del que rechaza la guerra como “crimen contra la humanidad” – como la llama Francisco – es ocultada y silenciada.

En la encìclia Pacem in terris el papa Juan nos pedìa “prohibir las armas atòmicas”. Lamentablemente nadie ha escuchado esta interpelaciòn. En la misma lìnea de su predecesor, Juan Pablo II, en 1991, afirmò: ”Tenemos que caminar con decisiòn hacia una prohibiciòn total de la guerra, y cultivar la paz como bien supremo al cual hay que subordinar todos los programas”.

La posibilidad real de una guerra atòmica es un ‘signo de los tiempos’ a travès del cual Dios nos llama a asumir de verdad la paz como el bien supremo, y a subordinar a ella todos nuestros programas sociales y pastorales. Como comunidad cristiana, ¿lo estamos haciendo? ¿còmo?

Ah, si tù conocieras las cosas que llevan a la paz. Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos“, dice Jesùs.¿Nos estamos comprometiendo comunitariamente a develar lo que han ocultado a nuestros ojos y a nuestras mentes en este tiempo de propaganda de guerra? ¿Nos estamos dedicando a revelar, descubrir y vivir las cosas que llevan a la paz? ¿Lo asumimos como compromiso pastoral y misionero prioritario?

¡Que Dios nos inspire y nos acompañe en esta urgente misiòn de la cual depende nada menos que la vida y el futuro de la humanidad!

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