1. Una opción de fondo: el extractivismo depredador
Estamos en un mundo que funciona a dos velocidades: cada vez más rápido en la acumulación de beneficios para unos pocos; y cada vez más precario para la gran mayoría.
Asumimos esta desigualdad como si fuera natural. Nos acostumbramos a vivir en sociedades de la abundancia y del descarte, mientras que a nuestro alrededor se multiplican las sociedades de supervivientes.
América Latina es la región del mundo con mayor desigualdad de ingresos, según datos de la ONU[1]. En la ciudad donde vivo, São Paulo, la esperanza de vida depende del código postal: ¡los que habitan en uno de los barrios de lujo viven en promedio 20 años más que los que están en las periferias[2]!
Para que este sistema se mantenga, algunos territorios y comunidades deben ser condenados a ser zonas de sacrificio. Nuestro continente, desde el inicio de la colonización, ha sido y sigue siendo considerado una mina de recursos para el desarrollo de otros. Es la lógica, hoy muy afirmada en casi todos los países latinoamericanos, del extractivismo depredador.
En Brasil, la palabra suena aún más amarga y agresiva, porque se opone a la experiencia ancestral de los pueblos y comunidades autodenominados “extractivistas”: aquellos que, desde siempre, han aprendido a vivir en equilibrio y simbiosis con su territorio, como señala la encíclica Laudato Si’:
En este sentido, es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores. Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura (LS 146).
Existe, por tanto, un conflicto entre dos modelos que se disputan los mismos territorios. Nos hacen creer que el primero (depredador, extensivo, tecnológico y contaminante) sería el más eficiente, desarrollado y generador de riqueza. De hecho, favorece la acumulación de bienes en los bolsillos de muy pocas personas, a costa de graves violaciones socioambientales acumuladas sobre la mayoría.
El Procurador de la República Felício Pontes afirma que el segundo modelo tiene un potencial increíble para generar ingresos y calidad de vida para las comunidades locales: por ejemplo, el conjunto de 17 tipos de actividades en el ecosistema amazónico – desde el suministro de agua y la regulación del clima hasta la provisión de alimentos, como peces, frutas y nueces – alcanza los 692 mil millones de dólares al año[3].
Sin embargo, para garantizar el interés de las élites terratenientes y las grandes empresas, el Estado y el gran capital se han aliado. Es lo que se define como “la captura empresarial del Estado”, que también Laudato Si’ denuncia, al decir que la política se ha sometido a la economía (n. 189).
En base a esta opción, habiendo ocupado ya la mayoría de territorios con grandes proyectos de monocultivo, agroindustria, ganadería extensiva, minería, generación de energía con inundación de grandes áreas, etc., la extracción depredadora ahora necesita traspasar las últimas fronteras, cruzando nuevos límites geográficos y legales. Así, se disputan bosques o áreas protegidas, parques nacionales y, especialmente, toda la cuenca amazónica. Se busca flexibilizar las leyes ambientales; el Estado garantiza la impunidad de quienes violan la ley; se tolera y muchas veces incluso se institucionaliza la violencia contra comunidades y líderes, cada vez más criminalizados, perseguidos y asesinados.
2. Un escenario apocalíptico
Este escenario es apocalíptico porque revela a los responsables detrás de él y también las alternativas que, con cada vez menos tiempo disponible, son urgentes.
Nunca una generación, como la nuestra, se ha enfrentado con tamaña responsabilidad: tenemos las condiciones para condenar al Planeta a un ciclo irreversible e incontrolado de calentamiento global[4].
El Papa Francisco nos desafió a una respuesta urgente escribiendo la encíclica Laudato Si’ justo antes de la importante Cumbre de Naciones sobre el Clima en París. Al convocar al Sínodo de la Amazonía, afirmó que este bioma es un “banco de pruebas para la humanidad”. Las señales de emergencia son evidentes y conocemos las estrategias prioritarias para curar estas heridas.
Aun así, ¡estamos avanzando locamente en la dirección opuesta!
La deforestación en Brasil, por ejemplo, ha aumentado incontrolablemente en los últimos dos años[5]; en el mundo, los bosques preservados son solo alrededor del 10% de los del comienzo del Holoceno; seguimos destruyendo 120.000 km2 de bosques tropicales primarios al año, biomas reguladores del clima que albergan el 80% de la biodiversidad terrestre del planeta.
Los principales responsables de la contaminación y destrucción de la selva amazónica y otros biomas esenciales, como el cerrado (sabana tropical), son la agroindustria para la producción de soja, la ganadería extensiva, la minería y la extracción de petróleo. Existe una fuerte conexión, por lo tanto, con nuestros estilos de vida y alimentación, particularmente en lo que respecta a la carne bovina (se vea la campaña «Quita el Amazonas de tu plato», que tuvo mucha visibilidad tanto en Brasil como en el norte global).
Como sabemos, la propia pandemia de Covid-19, aún antes de ser la causa de nuestros males, es un efecto de ellos, una consecuencia del “vivir mal” que estructuramos en esta sociedad de descarte, frente a las intuiciones de “Buen Vivir” sugeridas por las culturas de los pueblos originarios.
En palabras del sociólogo Michel Maffesoli, la pandemia es biológicamente una enfermedad, pero antropológicamente es un síntoma de que la sociedad de consumo, tal como la conocemos y la organizamos, ha caducado[6].
Este escenario apocalíptico revela que no estamos simplemente en una época de cambio, sino en un cambio real de era geológica: hemos entrado en el Antropoceno, puesto que es la primera vez que la acción humana tiene influencias tan fuertes al punto de generar un impacto permanente en la Tierra[7]. Hemos llegado al punto final: la expansión ilimitada del sistema capitalista, que funciona por acumulación y, por definición, no puede conocer límites, llegó a la frontera de la escasez de recursos en un Planeta saqueado. No hay más mundo para todos; la única salida, si no cambiamos el sistema, es la necropolítica: el derecho que algunos poderosos se confieren a sí mismos para decidir quién es útil y necesita vivir y quién, siendo innecesario, es más conveniente descartar.
3. Posibles caminos
Son muchos los debates en curso sobre nuevos caminos, modelos y escenarios para que volvamos a respirar, en este contexto global de asfixia.
Laudato Si’ insiste en la educación y la espiritualidad ecológica, la gobernanza internacional, la autoridad de la política sobre la economía, y ésta al servicio de la vida. Es urgente convertir la sociedad de consumo en una sobriedad feliz. Otro camino a seguir son radicales transiciones ecológicas, especialmente en los grandes territorios urbanos: la reducción del consumo de agua y energía; nuevos conceptos de ciudad y movilidad urbana; la descentralización de las relaciones sociales fuera de las megalópolis; la promoción de las economías locales del campo a la ciudad; la agroecología y economías circulares.
Como misioneros, tenemos cierta experiencia y tradición en denuncia e incidencia internacional. En esta línea, será importante enfocar, en los próximos años en América Latina, la implementación del Acuerdo de Escazú, una legislación innovadora y poderosa, en la defensa internacional de los derechos sociales y ambientales.
La promoción de los Derechos de la Naturaleza es otro camino, una evolución natural y necesaria en la comprensión de los derechos universales. Prueba de madurez en nuestra relación con la naturaleza como sujeto, más allá del antropocentrismo despótico y desordenado (LS)[8].
Nuestra alianza estratégica con los pueblos indígenas y comunidades tradicionales también necesita consolidar sus mecanismos de autonomía y autogobierno, formas legítimas de autoridad pública colectiva más allá del Estado, que no puede ser el único regulador de los planes de vida de los pueblos[9].
En todo esto, el papel de la Iglesia puede ser muy significativo. Recientemente hemos tenido ejemplos esperanzadores de alianza y apoyo a la causa de las comunidades en sus territorios, como el posicionamiento oficial de la Iglesia de El Salvador en la lucha del pueblo, ¡que logró aprobar una ley que impide la minería metálica a gran escala en todo el territorio nacional!
Asimismo, la Red Eclesial Panamazónica tiene un papel importante en las actividades de la Asamblea Mundial de la Amazonía y, recientemente, en el proceso de incidencia en la política ambiental del gobierno de Biden, a fin de que los proyectos internacionales en la Amazonía no se diseñen sin una plena participación y protagonismo de sus pueblos.
4. Acción comboniana
En los últimos años, principalmente por la inspiración de la encíclica Laudato Si’, la acción comboniana para el cuidado de la Casa Común se ha consolidado en el continente latinoamericano, aunque todavía necesita ser fortalecida y articulada mucho. A continuación, destacamos, de forma sintética, algunas áreas en las que estamos presentes y podríamos invertir más energía.
• REPAM: la Rede Eclesial Panamazónica, actor principal del Sínodo Amazónico, que se organiza en varias líneas de trabajo (pueblos indígenas, derechos humanos, fronteras, justicia socioambiental y Buen Vivir, formación, redes internacionales y comunicación). Es una presencia dinámica, flexible e interactiva con las iglesias locales, capaz de tejer redes con otros movimientos populares.
• Iglesias y Minería: es una red ecuménica latinoamericana que atiende a las comunidades afectadas por la minería. Reconoce y nutre las espiritualidades como raíces que sostienen a las comunidades y su resistencia; actúa de manera clave en todos los ámbitos de las iglesias, para que mantengan siempre su fidelidad en la defensa de los pobres y de la Madre Tierra; propone una campaña de desinversión de las empresas mineras, provocando una postura ética de iglesias y congregaciones, con respecto a sus inversiones financieras.
• Presencia cercana y solidaria al lado de las comunidades: hay hermosas experiencias de cuidado y regeneración de espacios urbanos y educación ambiental (ej. Chorrillos, en la periferia de Lima, Perú); el compromiso con la defensa de los ríos y la resistencia a la minería (Borbón y toda la región de Esmeraldas, Ecuador); el compartir con comunidades indígenas en Pangoa (Perú), Petén (Guatemala), Guerrero (México), o en Manaos y Roraima (Brasil); la presencia junto a las comunidades costeras en Tumaco (Colombia) y de ribereños en el bajo Río Madeira (Brasil). Todas estas experiencias tienen el potencial de proteger y afirmar las culturas como principio y garantía de relaciones saludables y como un instrumento de cura para todos los seres de la Creación.
• Redes de comunidades afectadas: cuando nuestros esfuerzos logran articular comunidades que se reconocen víctimas de los mismos emprendimientos y actores, se fortalece la organización popular, la intensidad de las reivindicaciones y la creatividad en la búsqueda de caminos alternativos. Es la experiencia de la red “Justicia en los Rieles”, en la región de exploración de mineral de hierro, en Carajás, y especialmente en Piquiá (Brasil).
• Incidencia y denuncias internacionales (VIVAT International): también en América Latina, como en otras partes del mundo, los Combonianos-as utilizan la estrategia de conexiones que pueden escalar un conflicto local para llegar a instituciones internacionales de defensa de derechos. Ya ha habido informes de violaciones en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, así como interacción con relatores especiales de las Naciones Unidas, basados en nuestro trabajo misionero.
5. Pacto comboniano por la casa común[10]
En el Sínodo Amazónico, un importante grupo de obispos, laicos y laicas, sacerdotes, religiosos y religiosas celebraron el Pacto de las Catacumbas por la Casa Común y firmaron un compromiso, con el propósito de multiplicarlo en los distintos territorios misioneros. Los Misioneros Combonianos, por iniciativa de los provinciales de América Latina, también adaptaron este Pacto a la realidad de su presencia y comunidades en el continente, y lo relanzaron para promover una mayor adhesión.
Hubo celebraciones y firmas combonianas en algunas regiones, así como la divulgación del compromiso a través de los medios y redes sociales de nuestras circunscripciones. El Pacto comboniano por la Casa Común se convirtió así en un instrumento de evangelización y animación misionera, pero también en una responsabilidad para cada uno de nosotros, consagrados a la misión de cuidar y promover la vida, siguiendo el ejemplo de Jesús.
Más recientemente, el Dicasterio Vaticano para el Desarrollo Humano Integral lanzó la iniciativa de un Plan Laudato Si’, para ser desarrollado en los próximos siete años.
Creemos que la inspiración del Pacto comboniano podría ser una de las formas de comprometernos concretamente, a partir de nuestras opciones pastorales, en línea con este Plan Laudato Si’. Por ello, recomendamos a todas las circunscripciones retomar el Pacto comboniano, relanzarlo y avanzar en la práctica de los compromisos anunciados.
6. Conclusiones
«Yo soy la vid; ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto» (Jo 15,5).
El XIX Capítulo General de los Combonianos está iluminado por una de las muchas imágenes de Jesús inspiradas en la naturaleza. El Padre, agricultor, sabe que solo daremos fruto si nos mantenemos bien unidos a su Hijo. La encíclica Laudato Si ’nos recuerda que esta unión, vivida intensamente en la Eucaristía, es “un acto de amor cósmico”. “La Eucaristía une cielo y tierra, abraza y penetra toda la creación” (LS 236).
En el discernimiento y las decisiones que tomaremos en este Capítulo, no hay forma de separar la misión comboniana de la grave urgencia actual de cuidar de toda la Creación: porque somos sarmientos, somos tierra (Gn 2,7). Y “entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra tierra oprimida y devastada, que gime y sufre dolores de parto” (LS 2); pero que, si nos mantenemos unidos a ella, ¡daremos mucho fruto!
P. Dário Bossi, mccj
São Paulo, Brasil, 31 de março de 2021
[1] Informe sobre Desarrollo Humano 2019 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). http://hdr.undp.org/en/2019-report/download
[2] https://www.nossasaopaulo.org.br/2019/11/05/mapa-da-desigualdade-2019-e-lancado-em-sao-paulo/
[3] Felício Pontes, Seminario Internacional de Derechos Humanos y Empresas, 18 de marzo de 2021. https://seminariopovosnatureza.org/. Cf también https://amazonia.org.br/2018/11/belo-monte-o-simbolo-da-relacao-inescrupulosa-entre-o-governo-federal-e-as-empreiteiras-entrevista-especial-com-felicio-pontes-jr/
[4] Tenemos el desafío de mantener las emisiones de CO2 por debajo de 450 ppm, pero para el 2020 ya estábamos cerca de 415 ppm y estamos aumentando en promedio 2.5 ppm por año. El climatólogo Matthew E. Mann predice que en 2036 podremos superar 2oC por encima de la temperatura media de la época preindustrial, lo que tendría efectos muy graves en todas las dimensiones de la vida: alimentación, agua, salud, tierra, seguridad nacional, energía, prosperidad económica.
https://www.scientificamerican.com/article/earth-will-cross-the-climate-danger-threshold-by-2036/
[5] Los datos del Inpe (Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales) apuntan al nivel más alto de deforestación anual desde 2008 en la Amazonía brasileña: 11.088 km² devastados entre agosto de 2019 y julio de 2020.
[6] Pensar en lo (in)pensable. El Instituto Ciência e Fé y la PUCPRESS debaten la pandemia con Michel Maffesoli. https://doi.org/10.7213/pensarimpensavel.001
[7] Ver, por ejemplo, la contaminación de ríos y océanos por microplásticos y diferentes sustancias químicas, el cambio en los niveles de nitrógeno por el uso extensivo de fertilizantes en la agricultura, el aumento de la dispersión de sustancias radiactivas en el planeta, tras muchas pruebas con bombas nucleares, y, principalmente, el cambio climático.
[8] En Bolivia, para consolidar el derecho a defenderse de la Madre Tierra, entendida como ser vivo, se está proponiendo una ley nacional para la creación de la Defensoría de la Madre Tierra, una autoridad independiente que permite la representación institucional de la naturaleza y sus derechos frente al Estado. Asimismo, se reclama la institución del delito de ecocidio, estableciendo leyes y sanciones contra personas naturales o jurídicas que pongan en peligro la existencia o vida de la Pachamama.
[9] Destacamos la importancia del consentimiento previo, libre e informado de los pueblos para todos los proyectos que se están organizando desde fuera de ellos. Un ejemplo muy interesante de Plan de Vida es el construido por los pueblos indígenas de COICA, en la época del Grito de la Selva, a fines de febrero de 2021. https://asambleamundialamazonia.org/
[10] http://www.combonianos.org.br/noticias-e-artigos/noticias/256-familia-comboniana-pacto-das-catacumbas-pela-casa-comum