ESTUDIO DE DOS CASOS A LA LUZ DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
I PARTE
PREMISA: La espiritualidad de la noviolencia en la “Pacem in terris”
En la Pacem in terris, Juan XXIII muestra ser un profundo conocedor de la espiritualidad de la noviolencia, por ejemplo cuando afirma que la búsqueda de la Verdad es un elemento de relación y comunión permanente entre Dios y el hombre: “En la naturaleza humana nunca desaparece la capacidad de superar el error y de buscar el camino de la verdad. Por otra parte, nunca le faltan al hombre las ayudas de la divina Providencia en esta materia. Por lo cual bien puede suceder que quien hoy carece de la luz de la fe o profesa doctrinas equivocadas, pueda mañana, iluminado por la luz divina, abrazar la verdad.” (PT 158).
Aquí el papa está afirmando que, por un lado, el hombre – por su naturaleza – está abierto a la Verdad; por el otro lado, Dios sigue actuando en nuestra conciencia como fuerza de Verdad, y por eso es siempre posible para todo ser humano – por mucho que esté hundido en el error – abrirse a la luz de la verdad.
No hay que olvidar que Juan XXIII decía estas cosas en un clima de extrema contraposición ideológica entre el marxismo y el Occidente capitalista ‘cristiano’. Por eso es aun más sorprendente esta confianza en la acción de la Verdad en el corazón de todo hombre, que llevó al papa a superar todo sentimiento de intransigencia e intolerancia contra el supuesto enemigo de la Iglesia. En su opinión, en efecto, la Verdad es mucho más grande – y más sabia – que todos nuestros mezquinos esquemas ideológicos, y sabe producir frutos de bondad allí donde nuestros prejuicios no esperarían encontrar ninguna posibilidad de buena cosecha.
Y así el papa afirma que hay que “distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias… Porque el hombre que yerra no queda por ello despojado de su condición de hombre, ni automáticamente pierde jamás su dignidad de persona, dignidad que debe ser tenida siempre en cuenta” (PT 158).
La misma distinción que Juan XXIII hace – a nivel individual – entre el error y el que yerra, la hace después – a nivel social – entre las ideologías ‘ateas’ y los movimientos políticos que de alguna manera se inspiran en ellas. Esta distinción se basa siempre en una extrema confianza en la acción dinámica de la Verdad, porque “una doctrina, cuando ha sido elaborada y definida, ya no cambia. Por el contrario, las corrientes referidas, al desenvolverse en medio de condiciones mudables, se hallan sujetas por fuerza a una continua mudanza” (PT 159).
En otras palabras, también los miembros de partidos políticos ‘ateos’ pueden escuchar la voz de la verdad, y así estos movimientos pueden evolucionar y orientarse cada vez más hacia esta verdad. Por eso – decía Juan XXIII, escandalizando a algunos – en el común amor por la verdad es posible establecer relaciones de colaboración entre católicos y no católicos, para “conseguir metas positivas en el campo económico y social, o en el campo cultural o político” (PT 160).
Esta confianza en la acción de la verdad hace afirmar al papa que la paz y el desarme son “un objetivo asequible” (PT 113), exigido no sólo por la fe en el Evangelio sino por “la recta razón y el sentimiento de la dignidad humana” (112).Por eso, el ‘papa bueno’, con mucha sencillez, pide que “cese la carrera de armamentos” y que “se prohíban las armas atómicas” (PT 112), ya que le parece que éstos son objetivos razonables que una política inspirada en el Evangelio – o simplemente en la razón humana – puede y debe conseguir.
Y así llegamos al elemento más profético de la Pacem in terris. Antes de esta encíclica, la paz había sido considerada – por el Magisterio – una meta deseable pero inalcanzable en las relaciones entre Estados. De aquí la legitimación de una doble moral para la vida interpersonal y para la política internacional, con la legitimación de la ‘guerra justa’, vista como mal menor inevitable. Juan XXIII, en cambio, gracias a su fe en la acción universal de la Verdad, logra ir más allá de este esquema teológico que había prevalecido por muchísimos siglos. Según el papa, en efecto, es “absurdo pensar que los hombres, por el mero hecho de gobernar un Estado, puedan verse obligados a renunciar a su condición humana” (PT 82). Y la condición humana es caracterizada – ante todo – por su natural orientación a la Verdad. Por eso hay que establecer como principio irrenunciable que también “las relaciones internacionales deben regirse por la verdad” (PT 86). Dicho de otra manera, “la misma ley natural que rige las relaciones de convivencia entre los ciudadanos debe regular también las relaciones mutuas entre las comunidades políticas” (PT 80).
La misma ley del amor a los enemigos y de la renuncia a la espada debe valer tanto en las relaciones interpersonales como en las relaciones entre comunidades políticas.
Como consecuencia de todo lo que se ha dicho hasta ahora, el papa llega a afirmar la imposibilidad – racional y moral – de justificar cualquier tipo de guerra: “En nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”, o sea, que la guerra pueda ser un instrumento de justicia (PT 127). El castellano absurdo traduce una expresión del original latín muy fuerte: “a ratione alienum”, o sea, ‘ajeno a la razón’. Así, para el ‘papa bueno’, afirmar que en esta época de mísiles balísticos y armas atómicas se pueden todavía respetar las condiciones de la ‘guerra justa’ es algo ajeno a la razón, algo que solo ‘enfermos mentales’ podrían sostener.
II PARTE: I CASO: La MARCHA de los 500 ‘DESARMADOS’ EN SERAJEVO en 1992
Tras la muerte de Tito, la repúblia federal socialista de Yugoslavia sufrió un proceso de disolución que desembocó en una guerra que empezó en el año 1991. En aquel entonces yo era laico y vivía en Italia. Para Italia era una novedad tener una guerra a las puertas de su casa. La política oficial parecía impotente a afrontar este conflicto. Entonces algunas personas y algunas asociaciones se preguntaron: Frente a la impotencia de los políticos, nosotros, como miembros de la sociedad civil ¿no podemos hacer nada para intentar oponernos a esta guerra?
En particular el Movimiento “Bienaventurados los Constructores de paz”, guiados por el padre Albino Bizzotto, en Pádova, empezaron a pensar en una inciativa de interposición noviolenta en el territorio de guerra. Se trataba de una propuesta de Diplomacia popular.
Por ‘diplomacia popular’ se entiende una iniciativa noviolenta a nivel internacional que parte desde abajo, desde la sociedad civil. En este sentido la diplomacia popular se podría considerar una forma de desobediencia civil a la diplomacia oficial, o sea, a la inercia del propio Gobierno frente a una grave situación de violencia que está viviendo otro pueblo. Durante la guerra en la ex-Yugoslavia, muchos simples ciudadanos de naciones limítrofes empezaron a dudar de la capacidad de sus propios diplomáticos de profesión, y miraban con sospecha a la facilidad con que armas destructoras llegaban a la ex-Yugoslavia pasando a través del propio país. Todo eso, en efecto, apuntaba a una posible complicidad entre el propio Gobierno, los traficantes de armas y los ‘señores de la guerra’ yugoslavos. Así, en diciembre de 1992, 500 militantes noviolentos de varios países europeos entraron – con una iniciativa de interposición noviolenta – en la ciudad-mártir de Serajevo, sitiada por los serbios.
(Yo hacía parte del Movimiento BCP. En esta iniciativa de diciembre 1992 no pude participar, por motivos de trabajo, participé en una iniciativa parecida del año siguiente, 1993, Mir Sada). Pero ahora quiero hablar brevemente de esta marcha de los ‘500’ de 1992).
En ese conflicto en la ex-Yugoslavia se afrontaban tres grupos étnicos: los serbios, los croatas y los bosniacos. En particular Serajevo, la capital de Bosnia, era sitiada por los serbios, que controlaban el movimiento via tierra hacia la ciudad. La capital, sitiada, estaba prácticamente aislada. A causa de la escasez de las provisiones, la mayoría de la gente había adelgazado de 10-15 kilos.
El principal objetivo de estos pacifistas, entonces, era lograr romper – por lo menos por algunos días – el asedio de Serajevo, donde la gente, completamente aislada del resto del mundo, vivía como en una especie de gran campo de exterminio. Muchas personas, en Italia y en Europa, intentaron disuadir a estos pacifistas, subrayando que ir a Serajevo en medio de una guerra quería decir arriesgar, estúpidamente, la propia vida.
El año anterior, algunos pilotos del Ejército italiano habían arriesgado su vida participando en la Guerra del Golfo (y de hecho, dos de ellos fueron capturados por los iraquíes). ¿Por qué – se preguntaban entonces estos pacifistas – la gente acepta que los soldados arriesguen su vida para participar en una guerra, pero considera del todo irracional que algunos cristianos arriesguen su vida por la paz? Arriesgar la propia vida para ir a matar a otras personas parece razonable, pero arriesgar algo por el Evangelio de la paz parece absurdo.
Al final, los pacifistas, que viajaban en buses, lograron entrar en Serajevo. Comenta el padre Giulio Battistella, uno de los participantes: “Nos decían que estábamos locos porque para ir a Serajevo había que pasar a través del territorio controlado por los serbios, los que estaban bombardeando a los bosniacos de Serajevo. ¿Podíamos decir a los serbios: – Dejadnos pasar, queremos ser solidarios con vuestros enemigos – Parecía imposible, pero eso es lo que pasó: los serbios nos dejaron entrar en la ciudad. Esta aventura ha demostrado que entre política y utopía puede haber una relación. El límite de lo ‘políticamente factible y posible’ puede llegar más allá de lo que nosotros pensamos: hay que intentar, hay que arriesgar algo por la paz”. Como dice Juan XXIII, los que comenten errores no dejan de ser personas, en las cuales Dios ha inscrito la Ley de la verdad; es posible dialogar también con ellos; eso fue un ejemplo muy claro.
Pero había un problema: los 500 entraron en Serajevo cuando ya estaba oscuro, a las 4.30 de la tarde, en diciembre, y la ONU, presente en la ciudad, había establecido el toque de queda a las 2 de la tarde. En la noche, nadie encendía una luz, para no llamar la atención de francotiradores, muy numerosos. Pero en aquella ocasión, varias personas encendieron una lucesita a las ventanas, para dar la bienvenida a estas personas que venían desde lejos para dar un mensaje de paz y solidaridad. Como dijo mons. Tonino Bello, que participó en la iniciativa: “Mientras la ONU de los Gobiernos decreta el toque de queda, la ONU de los Pueblos camina al encuentro de la ciudad sitiada”. La diplomacia popular noviolenta pudo ir más allá de lo que establecía la diplomacia oficial. La gente que encendió una velita arriesgaba su vida, atrayendo la atención de los francotiradores, pero quiso correr este riesgo como signo de agradecimiento a los 500 voluntarios.
El día siguiente se organizó una marcha por la paz en las calles de la capital bosniaca, y después hubo un encuentro en el teatro de la ciudad. En esta marcha participaron representantes de las tres etnias presentes en Serajevo: bosniacos, croatas y serbios. Mons. Tonino Bello pronunció palabras proféticas y conmovedoras: “Nosotros deberíamos indicar caminos para llegar a la tierra en la cual el lobo y el cordero comerán juntos. Si nosotros creyentes no tenemos vivas estas altas expectativas del Evangelio y de la Biblia, ¿para qué estamos aquí? Estas formas de utopías, estos sueños tenemos que promoverlos; si no lo hacemos, ¿qué son nuestras comunidades? Son sólo los notarios del status quo, y no las centenelas proféticas que anuncian cielos nuevos, tierra nueva, mundos nuevos. Estas ideas un día florecerán. Los ejércitos de mañana son éstos: hombres y mujeres desarmadas”.
Naturalmente esta iniciativa – tal vez la primera de este tipo – no puso fin a la guerra, pero dejó una honda impresión en la opinión pública, porque abrió nuevas perspectivas, mostrando un nuevo espacio de acción para la sociedad civil. Comenta a este propósito el padre Battistella, uno de los que entraron en Serajevo: “Volver a encender una esperanza, éste es el significado de esta iniciativa. Como si fuera un fósforo, que da luz por un instante, y después se apaga, pero deja atrás su humear. Y estas pequeñas llamas pueden mostrarnos caminos insospechables para recorrer”. En otras palabras, esta iniciativa fue como una llamita que nos hizo entrever nuevas posibilidades, nuevos caminos para recorrer.
Después de que los 500 dejarons la ciudad, BCP abrió una presencia permanente en Serajevo, organizando varios tipos de servicio en favor de la población. Uno de éstos fue organizar un servicio mínimo de correo internacional, para mantenere el contacto entre los que habían quedado en la ciudad y los familiares que habían salido del país. Un grupo de voluntarias/os en Padova recibían las cartas y, a través de aviones de la ONU, las mandaban a Serajevo. Allá, algunos voluntarios de BCP trabajaban como carteros, yendo personalmente a llevar las cartas, siempre bajo la amenaza de francotiradores, a las personas destinatarias de las mismas. Un voluntario dio este testimonio: “Llevé la carta a una señora anciana. Ella abrió la carta y lloró por la emoción. ‘Es de mi hijo’, me dijo. Yo pensaba que ya estaba muerto, en cambio ahora me escribe que está en Viena, está vivo! Hoy es mi cumpleaños: usted no podía hacerme un regalo mejor que éste: saber que mi hijo vive. Gracias! Gracias de corazón!!!”
El padre Bizzotto comenta: “Ver a gente que viene de otros países no para matar (como los mercenarios) o para vender armas, sino para quedarse con la gente, jugar con los niños, ayudar a organizar mejor el campo de los desplazados… demuestra que en este mundo no existe sólo gente que dispara, que odia y que mata. La presencia del voluntario noviolento se convierte así en un signo de esperanza para las víctimas de la guerra”.
Estas intervenciones organizadas por parte de simples ciudadanos son legitimadas por el Derecho Internacional. Por ejemplo, según el Pacto Jurídico Internacional de la ONU, de 1966, “el individuo tiene algunos deberes para con los demás y la colectividad a la que pertenece, y debe esforzarse por promover y respetar los derechos reconocidos en este pacto”1. La sociedad civil, entonces, tiene el derecho – casi el deber – de promover acciones políticas de paz.
Otra declaración de la ONU – la de 1998 sobre los Defensores de los Derechos Humanos – legitima aún más estas iniciativas de diplomacia popular: “Todos tienen el derecho, individualmente y en asociación con otros, de participar en actividades pacíficas contra las violaciones de los derechos humanos y contra las libertades fundamentales.”2 Otros artículos de la misma Declaración hablan de la libertad de reunirse y manifestar dentro y fuera del propio país. De esta manera se legitima definitivamente la acción política de la sociedad civil, a nivel internacional, en defensa de los Derechos Humanos.
Y así en una declaración del 28 de octubre de 2001, algunos movimientos noviolentos y algunos Institutos misioneros italianos, hicieron esta declaración a propósito de la situación que estaba viviendo Congo y contemplando la posibilidad de organizar otra intervención noviolenta:.”A menudo pensamos que somos demasiado pequeños para afrontar problemas tan grandes, y renunciamos a actuar, porque sólo los poderosos pueden decidir. Sin embargo, sabemos lo importante que somos para las personas a las que amamos. También nosotros, como tantos, nos sentimos en dificultad, pero confiamos en esta fuerza dentro del corazón de cada uno. Hasta ahora han sido las mercancías a imponer sus leyes, pero nosotros creemos en la fuerza del encuentro entre los pueblos, en su derecho prioritario a la paz, y por eso queremos caminar juntos… Estamos conscientes de que la responsabilidad de la reconciliación y pacificación de los pueblos es también nuestra y no queremos delegar a otros la tarea de la construcción y salvaguardia de la paz”3. Con tales palabras, estas asociaciones y estos Institutos misioneros quieren re-confirmar el derecho-deber de la sociedad civil de preocuparse por el bienestar y la paz de otros pueblos hermanos, sin delegarlo todo a gobiernos muchas veces inertes, y sin utilizar este ‘’delegar” como pretexto para justificar nuestra indiferencia.
Nota: Hoy en día se habla de la importancia de superar la indiferencia para justificar intervenciones armadas, presentadas como ‘injerencia humanitaria’. Casi nadie habla de la necesidad de superar la indiferencia con una modalidad de intervención noviolenta. Sñolo ésta sería una verdadera ‘injerencia humanitaria’.
Bernard Häring, en su visión profética, soñaba con pueblos enteros que optasen por la cultura y la praxis de la noviolencia. Estos pueblos, pensaba, podrían abrir perspectivas nuevas a toda la humanidad, ofreciéndole la palanca de Arquímedes con la que se podría desplazar y volcar la cultura de la violencia, aparentemente inamovible. Los pueblos que renunciaran a sus ejércitos y optasen por la defensa civil y la diplomacia popular ejercerían, según el teólogo alemán, una importantísima “acción misionera sobre toda la humanidad, como hemos podido comprobarlo por ejemplo en la influencia mundial de Mahatma Gandhi”4.
III PARTE. II CASO: ITALIA, ESPACIOS INTERCULTURALES DE AUTONARRACIÓN
La segunda/tercera experiencia que quiero presentarles representa otra faceta del compromiso noviolento por la paz, que incluye – como subraya la Pacem in Terris – eliminar todo tipo de barreras que crean divisiones y fomentar el abrazo entre todos los pueblos: “Que Cristo encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión… De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz” (PT 171).
Para construir la paz es necesario echar, eliminar las barreras que nos impiden encontrarnos y crear espacios donde se pueda fomentar la recíproca comprensión.
El papa Francisco retoma este concepto en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2017, donde expresa el deseo de “que la caridad y la no violencia guíen el modo de tratarnos en las relaciones interpersonales, sociales e internacionales«. Podríamos decir que «relación» y encuentro es otro nombre para la no violencia, o mejor dicho, es su fundamento. La no violencia, esencialmente, es sentirse en una relación profunda con nuestros hermanos y hermanas y con la Naturaleza; es el respeto por cada ser vivo, al que nos sentimos íntimamente vinculados. La renuncia a la violencia es una consecuencia natural de esta «forma de ser».
Así, para indicar la no violencia, Gandhi usó el término satyagraha, que es la «fuerza de la verdad», la conciencia de la verdad profunda que constituye el ser humano, que es esencialmente un ser en relación. En este sentido , satyagraha es también la «fuerza del amor», esa disposición de bene-volencia hacia todo lo que vive, hacia todo aquello con lo cual estamos íntimamente entrelazados. La no violencia, por lo tanto, es la «fuerza de la relación» y la conciencia de esta fuerza.
Juan XXIII dijo que la paz (y la no violencia) tiene cuatro pilares: verdad, justicia, libertad y amor. El amor, en el sentido bíblico, es la relación que ha alcanzado su etapa de plenitud: cuando el vínculo se profundiza hasta tal punto que tú sientes en tus entrañas el dolor y la esperanza del otro, por lo que no te sientes feliz si tu hermano no lo es. El entrelazamiento sagrado que nos constituye como seres humanos alcanza así su plena realización.
En esta perspectiva, lo opuesto a la «no violencia» es la «falta de relaciones», o mejor dicho, lo que yo llamo la «Gran Desconexión»: ese ‘entumecimiento’ que nos hace perder toda conciencia de estar entrelazados y que nos hace completamente indiferentes a la vida de los demás. Y así, cuando la «fuerza de la relación» muere en nosotros, el camino se abre a toda forma de violencia y perversión, tanto en el ámbito de la vida interpersonal como en el ámbito de la vida social y política. Un instrumento importante para la construcción de la paz, entonces, es cultivar relaciones y crear espacios de encuentro.
“La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida… Esto implica incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias” (FT 215).
”Hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos” (FT 216).
“La paz social es trabajosa, artesanal…. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!” (FT 217).
De estas inquietudes nació la iniciativa que ahora voy a presentarles, pero vamos con orden:
De Ecuador a Italia
En 2010 yo acababa de regresar a Italia después de once años en América Latina, llamado a realizar un servicio en la Pastoral Juvenil Comboniana, en Padua. Todavía desorientado frente a una realidad italian que encontré muy distinta a la que yo recordaba, me fascinó ver que Padua es ahora una ciudad multicultural, caracterizada por la presencia de más de 100 grupos étnicos. Y me di cuenta que ciertas problemáticas que se viven en Ecuador ahora también se experimentan en Italia, aunque en un contexto muy diferente.
Ecuador es un país multicultural compuesto por varios grupos étnicos: indígenas, afroecuatorianos (descendientes de esclavos africanos) y mestizos, que son la mayoría. El problema es que, hasta ahora, este multiculturalismo ha funcionado casi solo en un sentido: por ejemplo, los negros saben todo sobre la cultura y la espiritualidad blanco-mestiza, porque es lo que se aprende en la escuela, en la Iglesia y en la televisión. Pero «¿qué sabe la mayoría de los ecuatorianos sobre el alma y el espíritu del pueblo negro?», preguntó hace años un sociólogo afrodescendiente.
El principal desafío pastoral, por lo tanto, es crear una «convivencia» efectiva entre los diferentes pueblos que conforman la realidad multiétnica del país, en la que cada uno sea valorado en su propia belleza humana y cultural. Los Obispos latinoamericanos también reflexionaron sobre esto en el documento de Aparecida (2007), en el cual, después de denunciar la discriminación a la que todavía están sujetas las minorías étnicas, escriben: «Sigue una mentalidad de menor respeto por los indios y los afroamericanos. Por lo tanto, descolonizar las mentes y los conocimientos y fortalecer los espacios y las relaciones interculturales son condiciones indispensables para la afirmación de la plena ciudadanía de estos pueblos«. Creo que estas recomendaciones se aplican –mutatis mutandis– también a la realidad italiana, y se pueden resumir de la siguiente manera:
- Descolonizar nuestras mentes y, yo agregaría, descolonizar nuestros corazones significa cambiar radicalmente la forma en que vemos a estos pueblos ‘otros’ que viven entre nosotros. Hay que valorar el punto de vista de estas culturas minoritarias y formar agentes pastorales que nos ayuden a hacerlo.
- Debemos crear espacios de ‘compresencia’ multicultural, en los que todos se sientan valorados, escuchados y amados.
- A través de estos espacios de escucha mutua, crece la conciencia de tener un destino común y se sientan las bases culturales para una ciudadanía efectiva y plena de estos pueblos, y todo ello implica un compromiso también a nivel político-social.
Un espacio para contar nuestras historias y escucharnos
Entonces, viendo que también en Padua era necesario afrontar este desafío, me pregunté: ¿con qué pequeño signo, con qué pequeño gesto podríamos tratar de involucrar a los jóvenes en este proceso?
La experiencia en América Latina me ha enseñado que un pequeño gesto es más hermoso y más eficaz si lo elaboramos dentro de pequeñas comunidades apostólicas y si nos dejamos guiar por las intuiciones que el Espíritu despierta en los corazones de las personas que acompañamos. Y así se formó un pequeño grupo de seis jóvenes con los que iniciamos un cineforo intitulado «Ser joven en una sociedad multicultural». Entre las películas propuestas estaba «Freedom writers», que habla de un Colegio en un barrio multiétnico de Los Ángeles. En el debate que siguió a la visión de la película, Emmanuel, un estudiante congoleño, dijo: «En los comedores universitarios de Padua a menudo sucede lo que se ve en la película: estamos físicamente presentes en el mismo salón personas de diferentes orígenes. Sin embargo, los africanos casi siempre comen entre ellos, los italianos también: estamos cerca pero divididos por barreras invisibles. En definitiva, no existe un espacio en el cual compartir nuestras dificultades y nuestras esperanzas con sencillez». En las intervenciones posteriores surgió esta idea: ¿falta este espacio? Y entonces podemos crearlo nosotros: un espacio en el que los jóvenes de diferentes países puedan hablarse e intercambiar experiencias libremente. Y así, entre todos, nació la idea de crear los ‘Espacios juveniles e interculturales de auto-narración’.
El equipo coordinador describió la iniciativa de la siguiente manera: «Se trata de asumir el desafío de la interculturalidad y crear espacios donde los jóvenes de diferentes países puedan contar sus historias, compartir sus experiencias, hablando de sus vidas, sus dificultades y sus sueños. Estamos convencidos de que encontrarnos para escucharnos unos a otros es un primer paso hacia la formación de una sociedad intercultural fraterna y justa«. En nuestra sociedad hay cada vez menos tiempo para escucharse, y fue agradable ver el interés con el que tantos jóvenes respondieron a la iniciativa, que luego llevamos a cabo en colaboración con el Centro Universitario Diocesano de Padua.
Cómo nos ven los demás
Concretamente, cada encuentro comienza con una cena donde cada cual comparte algo. Emmanuel nos explicó que en su cultura comer juntos crea un hermoso ambiente de familiaridad que te abre al diálogo. Después de comer, tres jóvenes de diferentes países cuentan su experiencia a partir de un tema específico, y luego hay un debate entre todos los jóvenes presentes. Entre los temas tratados recuerdo: «La vida cotidiana en una sociedad multirreligiosa», «Los sueños de los jóvenes ante la crisis», «Las relaciones humanas hoy», «¿Desafección por el compromiso político?», etc.
La principal característica de nuestras reuniones es que no llamamos a «expertos»: dejamos a otros la organización de conferencias «científicas» sobre estos temas. Queremos saber cómo estas problemáticas son experimentados por la gente común en su vida diaria.
Obviamente, es difícil resumir en tres páginas la riqueza de todos estos encuentros. Entre los diversos narradores recuerdo de manera particular a tres africanos. En la reunión sobre los «sueños de los jóvenes», Mamadou, un joven de Costa de Marfil, dijo: «Aquí en Italia ustedes se quejan, sueñan, se agitan… En África, en cambio, en primer lugar aceptamos la realidad y partimos de esta realidad. ¿Hay un gran lío afuera? ¿Hay algún problema? No me angustio por esto, pero asumo con calma esta situación. En Italia hay racismo, es cierto, pero no me angustio por esto, porque en Italia también he conocido mucha bondad. Ustedes tienen mucho tiempo para preguntarse ‘¿qué deberíamos hacer?’ y para procesar sus sueños. Nosotros, en cambio, primero empezamos a hacer, y luego los sueños aparecen y crecen a lo largo del camino…».
Wivine, una joven congoleña, en la reunión dedicada a las relaciones humanas, dijo: «No tengo dinero, pero tengo tanta humanidad, que me ayuda a enfrentar las dificultades. Y siento que la humanidad africana es un gran regalo y un gran recurso, incluso para el mundo occidental de hoy. Disculpen mi franqueza, pero creo que en el mundo no hay nada más hermoso que una familia africana. Mi abuela tenía 52 nietos, y nosotros competíamos para poder cuidarla los últimos años de su vida, cuando no era autosuficiente: yo lo hice durante tres años, y para mí fue una alegría. Me contó muchos cuentos, historias de su pueblo: es de ella que aprendí los valores que aún me mantienen en pie y que me hacen la persona que soy. En cambio, aquí en Italia veo que los ancianos son abandonados: unas vacaciones son más importantes que una visita a la abuela. Pero si una persona mayor se siente desechada por su familia en los últimos años de su vida, este dolor también podría borrar el hermoso recuerdo de los años anteriores vividos juntos.
Ustedes dicen que ahora en Italia se vive una crisis, y desafortunadamente algunas personas se han suicidado debido a esto. Bueno, yo nací en la ‘crisis’, pero nunca pensé en suicidarme, porque tengo a mi familia apoyándome. Y sobre todo tengo fe: la fe en Dios siempre me sostiene. A menudo en África vivimos día a día, y tratamos de dar alegría a las personas que nos rodean. Con esta actitud pude superar la «crisis» en la que he vivido desde que nací y enfrentarme a varias dificultades aquí en Italia. La humanidad africana me ayuda a vivir y superar la crisis. La humanidad africana también puede ayudar a Europa a superar la crisis».
En otro encuentro, en el que tres mujeres de diferentes religiones hablaron de su espiritualidad, Naima, de Túnez, nos confesó que sufre mucho cuando ve a jóvenes, incluso de su país, que están en las calles fumando y vendiendo droga. «No puedo quedarme de brazos cruzados. Sé que Dios – Alá – tiene otros planes para estos jóvenes, no quiere que sigan consumiendo y traficando drogas por toda la vida: hay otras potencialidades que Dios ha puesto en ellos, y debo ayudarlos a desarrollarlas. Entonces me acerco a ellos, y hablo con ellos …». Naima, madre de tres hijos, ha acogido en su casa a otro joven, precisamente porque quiere evitar que este joven se pierda. En este encuentro fue hermoso ver que la misericordia de Dios actúa de manera similar en los corazones de personas que profesan diferentes religiones.
Con las personas sin hogar.
Otra cosa que me ha enseñado América Latina es que podemos planificar iniciativas de cierta manera, pero luego Dios – a través de algunos encuentros o eventos imprevistos – nos induce a introducir cambios en nuestra planificación. De hecho, yo pensaba que esta iniciativa estaba dirigida únicamente a los jóvenes, pero después un jove n invitóa participar en estas reuniones a algunos sin-techo que habíamos conocido en nuestra actividad pastoral. Así, los encuentros de auto-narración también se convirtieron en un espacio de escucha mutua entre categorías de personas que generalmente no se encuentran: italianos y extranjeros, jóvenes universitarios y adultos sin-techo, etc. En nuestra sociedad se han creado barreras entre distintas categorías de personas. Podrá haber paz sólo si logramos eliminar estas barreras (PT: Eliminar barreras. FT: tender puentes).
Pequeños gestos grandes
Esta iniciativa se realizaba dentro de un contexto político en el cual algunos partidos xenófobos se hacen paladines de la ‘seguridad’, y ven a los pobres y a los extranjeros como el principal obstáculo para combatir. Pero en una sociedad multirracial la verdadera seguridad se construye a través del encuentro, de la hospitalidad, comiendo juntos y dialogando, creando un clima de recíproca confianza. Estamos llamados a multiplicar estos espacios y estas iniciativas. Por supuesto, son gestos pequeños pero, como decía el poeta, «las grandes cosas están hechas de las pequeñas«.
Arising Africans
Uno de los últimos encuentros de auto-narración lo organizamos juntos con el grupo ‘Arising Africans’, una asociación de jóvenes afro-italianos. He aquí el testimonio de dos de ellas.
Angela: “Soy Angela, tengo 21 años, he nacido en un pueblito de la provincia de Vicenza, mis padres nacieron en Ghana. Algunos se sorprenden que cuando me presento nunca digo que soy italiana, ni digo que soy de Ghana, sino sólo que nací en Italia y mis padres vienen de Ghana. Lo que pasa es que yo no soy ni lo uno ni lo otro o, mejor dicho, yo soy ambas cosas, soy Afroitaliana. No ha sido fácil para mí reconocerme como afro-italiana: mi infancia no fue fácil, he sido víctima de racismo, sobre todo psicológico, y por muchos años he pensado que nunca iba a ser considerada italiana. Así en mí creció un rencor contra los ‘blancos’. Siendo víctima de racismo yo también llegué a ser racista, y mis únicas armas para seguir adelante eran la violencia y el autoaislamiento. En muchos lugares que yo percibía como ’hostiles’ me autoaislaba y sentía que no era aceptada en aquel lugar, porque yo era distinta, era negra, y no tenía ningún derecho de estar con ellos.
Detrás de la mirada de muchas personas blancas sentía un desprecio hacia mí, y así les tenía miedo y odio, y creí que no iba a ser posible ninguna verdadera amistad entre un blanco y un negro. Pensaba que si alguien trataba de ser mi amigo, lo hacía por dos motivos: o por piedad o porque alguien – por el ejemplo la profesora – se lo había sugerido. Cuando llegué a Padova, me asombré. Recuerdo que cuando fui por primera vez al comedor universitario, una chica blanca me preguntó si podía sentarme a mi lado, y me quedé estupefacta: nunca me había pasado algo parecido. Y mi sorpresa aumentó cuando ella empezó a hablarme de igual a igual. Tal vez a ustedes les parecerá un episodio de poca importancia, pero para mí fue uno de los tantos pequeños acontecimientos que me han llevado a ser lo que soy hoy: ya no soy racista, sino que soy orgullosamente afroitaliana.
En la Universidad he conocido a varias personas. He redescubierto mis raíces africanas. Es importante conocer las propias raíces, porque ¿cómo puedes seguir adelante si no sabes quién eres?
Soy parte del grupo Arising Africans, porque creo en el concepto de awareness. Tener un lugar donde puedo hablar, vivir, ser comprendida y aceptada como africana es importante. Porque conocer tu propia cultura te ayuda a caminar en el mundo. Algunos creen que estamos en un sistema ‘in-out’: si aprendes la cultura italiana tienes que desaprender la cultura africana; en cambio las culturas deberían seguir la lógica del ‘in-in’: deberíamos crear una intercultura. Ser afro-italiana significa ser tanto africana como italiana. Me ha costado mucho tiempo entenderlo, pero ahora soy orgullosa de mi afroitalianidad”.
Ada:“Me llamo Ada, soy nigeriana, afroitaliana y soy una soñadora. Arising Africans es un proyecto que nació en mayo de 2015 con la intención de reunir a los jóvenes afrodescendientes /afroitalianos y juntos poner en acto algunas acciones.
Nuestra acción se dirige tanto a los ‘extranjeros’ como a los italianos. Por un lado nos dirigimos a los jóvenes africanos y afrodescendientes residentes en Italia en una acción de awareness e empowerment: queremos que sean concientes de sus derechos y que entiendan que quedar callados frente a las injusticias aumenta el racismo.
Por el otro lado, queremos promover un cambio en la manera cómo la sociedad italiana trata a los afrodescendientes, deconstruir los estereotipos sobre los Africanos y cambiar la imagen de África que dan los medios de comunicación: una imagen relacionada con la miseria, la guerra, el hambre y el desembarque de migrantes que piden ser salvados. Lo que no muestran es que nosotros los Africanos somos mucho más que eso, y además no se dan cuenta de cuánta diversidad cultural hay en un continente tan grande. Así Arising Africans ha adherido a la campaña REDANI en contra del uso abusivo de imágenes de niños negros, mostradas para recoger plata.
Para combatir estos estereotipos, en nuestra página facebook queremos educar a valorizar la cultura africana a través de varios temas: personajes históricos, relaciones internacionales, música, etc. Queremos unirnos con otros grupos estudiantiles para poder incidir más. Somos jóvenes, llenos de energías y lograremos resultados importantes”.
Después de este encuentro nos pusimos de acuerdo con Arising Africans para organizar una fiesta de la afroitalianidad en nuestra casa de Padova.A Través de esta fiesta, dijo Ada,“queremos profundizar el concepto de afro-italianidad y hablar del ‘despertar africano’ en Italia. No es nuestra intención presentar sólo nuestro punto de vista, sino que queremos dar a todos la oportunidad de expresar su opinión sobre el asunto, y crear un evento que apunte al entretenimiento en clave educativa”. Para la organización de esta fiesta afroitaliana se involucraron a muchas asociaciones de la ciudad.
Mientras nosotros orgánizabamos estos encuentros interculturales el alcalde de Padova de aquel entonces, Massimo Bitonci, del partido derechista de la Lega, emitía un ‘decreto’ con el cual se “prohibía la estadía en el municipio de Padova a todas las personas originarias del ‘área africana’, a no ser que presenten un certificado de buena salud”. También el alcalde Bitonci eliminó el ‘Consejo de los extranjeros’, que llevaba mucho años. En este Consejo participaban los representantes – elegidos – de los extranjeros residentes en Pádova con un permiso de estadía. Era una manera de involucrar a esta importante parte de población en la vida de la ciudad.
Cuando Bitonci abolió este Consejo, el padre Albino Bizzotto y mi persona escribimos una carta al alcalde pidiendo que se reconstituyera este Consejo y sugiriendo abrir espacios de encuentro intercultural en varios sectores de la ciudad.
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Carta abierta a la Administración Municipal de Padua
«En los documentos de su Magisterio, el Papa Francisco a menudo expresa su sueño de construir, todos juntos, una ciudad bella. Es un sueño que contrasta con otro modelo de ciudad que nos presenta el ‘mundo’. De hecho, por un lado, hay «ciudades que ofrecen innumerables placeres para una minoría feliz, pero luego niegan un hogar a miles de nuestros vecinos y hermanos … ¡Cuánto duele escuchar que se quiere marginar o hasta destruir los asentamientos de los pobres! ¡Las imágenes de los desalojos forzosos son crueles, y son imágenes muy similares a las de la guerra!».
Por otro lado, hay «ciudades hermosas que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!». (LS 152). El Papa sueña con una arquitectura de belleza, una ciudad hermosa que reconozca al otro, favoreciendo la comunión y la relación fraterna entre diferentes personas.
Por otro lado, sin embargo, está la visión de una ciudad que arrasa los asentamientos pobres, creando un clima malsano de odio y guerra. ¿Qué modelo de ciudad debemos elegir los cristianos?
Francisco no tiene ninguna duda al respecto. En su mensaje para la Jornada Mundial del Migrante escribe: «Los migrantes y refugiados nos desafían. ¿Cómo podemos garantizar que la integración se convierta en enriquecimiento recíproco, abra caminos positivos para las comunidades y evite el riesgo de la discriminación, racismo o xenofobia? La respuesta del Evangelio es la misericordia«, que nos exhorta a «cultivar la cultura del encuentro, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno». Por supuesto, ir al encuentro del otro es trabajoso, requiere el esfuerzo de superar los propios prejuicios y pensar en alternativas creativas pero, como dice el Papa, es la única manera de construir una sociedad justa.
Para nosotros los cristianos no hay alternativa al encuentro, al menos no hay alternativa evangélica; si renunciamos al esfuerzo del encuentro, sólo quedan el enfrentamiento, el odio y la violencia.
El Domingo de la Misericordia, 3 de abril, a los que proponen «echar a estas personas», el Papa recordó que debemos actuar con ternura, porque rechazar a los pobres y extranjeros «no es de Jesús». Según el Papa, la ternura -«una palabra casi olvidada en el mundo de hoy»– y la fraternidad también tienen un valor político: «El terrorismo se combate con la fraternidad», dijo durante la misa del Jueves Santo.
Por eso, precisamente para apoyar la cultura del encuentro tan enfatizada por Francisco, y para promover espacios que favorezcan el reconocimiento del otro, pedimos al Consejo Municipal de Padua, en este Jubileo de la Misericordia, que reabra el Consejo de lo Extranjeros, que era un espacio oficial de diálogo con los ciudadanos extranjeros residentes en la ciudad.
Pensamos que el Consejo de los Extranjeros es un bien que no pertenece a un partido político, sino que es un signo de esperanza para todos los ciudadanos, especialmente para los jóvenes, que esperan en un futuro de convivencia pacífica entre los diferentes. Cuando nos acercamos a los demás, dice Francisco, nos enriquecemos unos a otros. Y estamos convencidos de que si en nuestra ciudad creamos espacios en los que todos (italianos y extranjeros, sintechos e inmigrantes) puedan dialogar y escucharse recìprocamente, juntos – entrecruzando los sueños de todos los pueblos presentes en Padua – encontraremos caminos y formas de convivencia que en este momento, estando cada uno por su cuenta, ni siquiera podemos imaginar” (20 abril 2016).
El alcalde nunca dio respuesta a esta carta que, sin embargo, fue publicada en la revista diocesana.
Este compromiso para desarrollar y vivir una espiritualidad del encuentro intercultural sigue siendo una de las prioridades misioneras en la construcción de una sociedad fraterna y noviolenta.
Hno. Alberto Degan
1 Citado en Antonio Papisca, Forza Onu, en Mosaico di pace, septiembre 2001, 22.
2 Citado en ibíd., 23.
3 Sitio Internet de la Asociación “Beati i costruttori di pace”.
4 Barnard Häring, La noviolencia: una forma de cultura y esperanza (Herder, Barcelona, 1989), 203.